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Que todo un país tenga a la corrupción como uno de sus principales problemas (el otro es la delincuencia) confiesa el grado de injerencia del estado en el día a día de la gente.

Obviamente, no es lo mismo asumir que el gobierno brinde el mejor servicio de policía posible que el que regale el pañal para bebé más absorbente del mundo. Por ese motivo, el que se haya soslayado el por qué el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables adquirió ocho millones y medio de pañales sin la más mínima explicación (y que buena parte de ellos se hicieron humo, o acaso nunca existieron) nos coloca en el centro del problema: que el tamaño del estado (sus atribuciones) suele ser directamente proporcional al tamaño de su corrupción.

Fácilmente se puede pasar de los pañales a cualquier otra “generosidad” del estado para con los más carenciados, y sin necesidad de ninguna explicación ministerial (la ministra encargada de los panales perdidos fue la mayor sorprendida, según ella). Debe de ser parte del rigor de las modernas políticas públicas que (como las antiguas) incrementan grandemente la discrecionalidad de los políticos. Así, ya no será menester ir a comprar a las tiendas. Sólo habrán de esperar que llegue el ministro regalón.

Lo indicado por el lado asistencialista. Por el lado del clásico servidor público, el que se les solicite dádivas a los ciudadanos que únicamente buscan ejercer sus derechos delata la más de las veces que se está ante innecesarios obstáculos. De ese modo, se le  otorga al funcionario estatal un nivel de arbitrariedad que fácilmente lo terminará invitando a cruzar la línea de lo ético: Algo así como que véngase a la oficina después de las seis de la tarde o nos encontramos en un café para solucionar el problema.

En otra dimensión, ¿cuántas obras públicas modernizadoras han nacido de no santos incentivos privados? Bien es sabido que el auge de las autopistas en los Estados Unidos a inicios del siglo XX se dio por el interés de los fabricantes de automóviles para aumentar sus ventas. Es decir, estaban lejos de ser una necesidad pública. Similar situación aconteció en el siglo XIX con la aparición del ferrocarril. Ahora, entre nosotros… ¿por qué las cosas tendrían que ser diferentes?

La enorme maraña de regulaciones gubernamentales informa que para cada emprendimiento se requiere una enorme cantidad de sellos oficiales y de firmas de profesionales colegiados. Quizás la única justificación de estos sellos y rúbricas es que así se les da trabajo a los que los colocan. Claramente, esa es la cara más perversa del dicho que dice que el que estudia triunfa. Entre tantos ejemplos por mostrar, ¿usted nunca se ha preguntado cuál es sinceramente el trabajo de los notarios y por qué cobran tanto sin siquiera dar la cara?

El que entre nosotros la forma más rápida de enriquecerse sea la política y no el comercio demuestra el largo trecho que se tiene que caminar para combatir la corrupción. Claro, ello de por sí nos habla de una visión de la política que va más en la tónica de quienes piensan que la ciudadanía está para servir a los gobernantes antes de que los gobernantes estén para servir a la ciudadanía.

(Publicado originalmente en Contrapoder)

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