Sin duda la construcción de una marca no se limita al campo empresarial. En la política se emplea legítimamente, empero todo cambia cuando (como suele ocurrir con la política) se prescinde de la voluntad de las personas. Ese fue el caso de Hildegart Rodríguez Carballeira, asesinada por su madre. ¿El motivo? La sensación de inmensa frustración de doña Aurora Rodríguez (la asesina) por los deseos de su hija-producto de ser independiente. Es decir, Hildegart ya no quería más sesiones de branding.
Desde antes de que Hildegart fuera concebida, Aurora (socialista confesa) programó al detalle la vida de su hija. Por ello buscó al colaborador biológico ideal: un cura. Previamente había ensayado con un sobrino, a quien convirtió en un niño prodigio del piano. Ese fue el caso de Pepito Arriola, “el Mozart español”.
Pero con su hija sería más exigente. Al fin y al cabo, pululaban los discursos sobre el “hombre nuevo” (en su caso, de la “mujer nueva”). Así pues, Hildegart sería el prototipo de la mujer del futuro, por lo que no podría dejar de ser miembro del PSOE.
Mucho antes de graduarse de abogada en la Complutense a los diecisiete años, Hildegart abrió su rumbo al éxito aprendiendo a leer a los veintidós meses de nacida. A los tres años le escribe una carta a su padre. Y como su primo Pepito, también toca magistralmente el piano. Base suficiente para pasar a ser aplicada receptora de intensas sesiones de latín, griego, inglés y mecanografía, titulada a los cuatro años. En el acto, recibe clases de educación sexual. Siendo que a los catorce ya era una muy leída reformadora sexual. Mas no practica lo que escribe, por lo que pasa a ser conocida como “la virgen roja”.
Como las reglas de la mercadotecnia mandan, su madre propagó a la prensa los avances educativos de su criatura. Pero cuando su niña se cansó de ser un producto ajeno a sí misma, la asesinó de cuatro balazos mientras dormía. Al parecer, su obra quería fugarse con un chico. Ello en 1933. Apenas frisaba los dieciocho años de edad.