Paul Laurent

Si hubo alguien que rompió con la moda de ser de “izquierdas” ese fue Milton Friedman. A partir de su obra muchas personas en el mundo dejaron de sentir vergüenza por creer en las libertades individuales y la propiedad privada. Gracias a él proclamarse capitalista ya no es motivo de escarnio, sino que es tenido como un simple y respetable punto de vista.

Ello no es poca cosa. La eficacia de tuvo para difundir las bondades del ideario liberal fue contundente. En esa medida su aporte fue insuperable. Ni la potencia conceptual de Mises ni la erudición de Hayek (dos ortodoxos) lograron los niveles de difusión que sí supo alcanzar este hijo de inmigrantes judíos austro-húngaros asentados en Nueva York. Por lo dicho, será imposible auscultar las últimas tres décadas del siglo XX sin su contribución.

Esto es de suma importancia, pues el progresivo abandono de las políticas keynesianas y la apuesta por el comercio libre tienen a Friedman como su máximo inspirador. Cierto, mas hay que resaltar que la era de la apertura de mercados y del repliegue del estado benefactor no tuvo su punto de partida ni en la Inglaterra de Thatcher ni en los EE.UU. de Reagan, sino en una pequeña nación sudamericana: Chile (1976).

Sintomático, Friedman no era el más radical de los liberales. Su propuesta jamás puso en tela de juicio la posibilidad de que el estado se alejara del todo de la economía. Como se ve, no era ningún abolicionista. A lo mejor ese detalle fue lo que le permitió mayor aceptación y aplausos. Y ello especialmente en una región donde siempre se suele coger lo “menos puro” con el único propósito de retrasar lo más posible todo verdadero cambio.

“Convencer” a un anglosajón para que se adscriba al librecambio no es ninguna proeza, pues sólo hay que recordarles su vieja tradición individualista. Pero “convencer” a un latinoamericano de lo mismo sí que es un mayúsculo problema. Salvo el caso de la Argentina de fines del siglo XIX e inicios del XX, nosotros carecemos de ese tipo de referentes históricos (aunque francamente “peor” tuvo que ser intentar venderle el discurso del laissez-faire a los chinos).

Con todo, los chilenos fueron los primeros que compraron sus programas. Allí directos discípulos suyos (los “Chicago Boys”) serían los que lleven a cabo aquellas reformas que los encaminaron por las vías del desarrollo. Desde entonces Chile puede soñar fundadamente que el “primer mundo” también le es posible. De otra forma la brutalidad y villanía del pinochetismo hubiese pasado como el que más de los regímenes tercermundistas, precisamente ahí donde el viejo Milton no estuvo presente. Todo lo contrario a lo que ocurrió en cada una de las experiencias nacionales citadas, pues en ellas Friedman puso su sello y firma.

(Artículo publicado en la revista electrónica Ácrata en el 17 de noviembre del año 2006, al día siguiente del deceso de Milton Friedman)

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