Jorge Volpi, El insomnio de Bolívar, Debate, Buenos Aires, 2009, 259pp.

 

Paul Laurent

Publicado en la revista en Libros & Artes, Nº 40-41, Lima, Mayo 2010, pp. 32-33.

 

Un título atrayente. Más allá de simpatías y antipatías, Bolívar es un tema en sí mismo. Y emplear su frustración para medir la realidad de América Latina era una buena idea. Estupenda, para más señas. Auscultar lo que en doscientos años ha sucedido desde la centellante irrupción en escena del Libertador prometía. Claro que prometía. Describir o darle una mirada a la presente realidad de las antiguas Indias españolas presagiaba una interesante auscultación. Imposible mejor pretexto para darle rienda suelta a la independencia de un ensayista.

Literariamente hablando, Bolívar es más una interesante posibilidad antes que un problema. Por lo mismo, un autor tan mentado y galardonado como Jorge Volpi (1968) presagiaba un triunfal corte de rabo y orejas, sin contar el paseo en hombros por el ruedo y los aplausos del respetable. Ello a priori. El cartel con el que venía ataviado el autor hacía presagiar tal situación. O por lo menos una aproximación. Traducido a varios idiomas (casi treinta) y con premios como el Biblioteca Breve y el Deux Océans-Grinzane Cavour a cuestas (por su novela En busca de Klingsor), además de reconocimientos internacionales al conjunto de su obra a pesar de apenas haber pasado los cuarenta años de edad, Volpi aparecía ahora con un libro galardonado con el II Premio Iberoamericano Debate Casa de América 2009.

Así empezamos. Introduciéndonos con una hermosa cita extraída de la Primera carta de Jamaica (1815), nos topábamos con la romántica visión del Libertador anhelando la unidad continental. Si su sueño inmediato era liberar América, su máximo deseo era promover la unidad política de todas las ex posesiones españolas en la región. Temía que la atomización, la anarquía. Buscaba que la fidelidad que en conjunto se tuvo para con España se la dedique a sí misma. Ingenuidad pura, pero sincera. Es el Bolívar más tierno que se puede registrar. Luego los hechos lo desengañarían. Golpes y traiciones, no sólo de los hombres (sus hombres inclusive), sino de la propia realidad.

Estamos ante un ser que no soporta que la realidad lo desmienta y le quite el sueño. He ahí el motivo de la alegoría del insomnio. Esperábamos que inmediatamente después de la remembranza caribeña de don Simón se nos ofrezca una obra tan sólida como original. El ambicioso y hasta evocador título de la premiada obra nos lo dibujaba en el imaginario. Al fin y al cabo, ello fue lo que nos hizo aproximarnos al libro y tomarlo entre las manos. Por entonces estábamos lejos de sospechar que lo mejor del libro se quedaba tanto en el título, como en el referido extracto de la misiva jamaiquina.

Verdad, el título es lo mejor que hay junto con la cita textual de Bolívar. Busque usted en las 259 páginas de la obra y no encontrará nada mejor que ello. Quizá si se topa con la sorpresa que tuvo el autor de saberse latinoamericano estudiando en Salamanca, cuando en México siempre se consideró norteamericano, de seguro asumirá que estamos ante una renuncia a toda aproximación enjundiosa y erudita sobre la América post-bolivariana (la de Bolívar, la de son Simón) para pasar a una entretenida introspección egotista… pero no. Nada de eso. A cambio se nos ofrecerá una especie de guía turística de la región, centrada en la política y la literatura. Quizá para que un europeo y/o un norteamericano ignorante de esta parte del mundo pueda curar su no-saber. A lo mejor. Lo que me hace recordar el insulso y sobrevalorado El Perú contemporáneo (1907) de Francisco García Calderón. Propiamente, un manual para extranjeros. Si algún forastero de comienzos del siglo XX deseaba saber sobre el Perú, debía leer ese libro. No en balde se escribió en francés, la lengua franca de la época.

Caso similar es El insomnio de Bolívar. Ninguna novedad, ningún aporte. Descripciones de hechos conocidos adornan el texto. Semejante a una monografía escolar. Mezclando hechos políticos, de ayer y hoy, con los afanes literarios de los jóvenes escritores. ¿Intentando armar un panorama global y multidisciplinario, mejor dicho, bidisciplinario? Para ello se necesita genialidad, y aquí no se devela. Ni por asomo. Mientras tanto, ¿dónde quedó el insomnio? Por ahí, el autor juzga que bastará con mencionar al Libertador de vez en cuando para tenerlo presente.

No es un libro aburrido, sino simplemente intrascendente. No vislumbro a ningún lector latinoamericano sorprendiéndose gratamente con su lectura. No tendría sentido. Mucho menos cuando estamos ante un ensayista que no toma partido por nada ni nadie, siendo que estamos ante un ser que se mueve por los predios de lo aséptico, de lo políticamente correcta, el centro que distingue al escritor de hoy, según su propia tabla de valores (vid. pág. 163)… lo que entre nosotros (latinoamerianísimos) es blandir un discurso antiyanqui, declarar admiración a las venas abiertas de Galeano (confesemos que es un joya literaria), adscribirse (recogiendo la tesis de Dorfman) a los “lavados cerebrales” y/o idiotización masiva que producen Hollywood, Disney o Fox y de que la economía es un juego de suma cero, donde unos pocos ganan y el inmenso resto pierde. Ah, y que Cuba es una dictadura. A pesar de todos estos karmas, la ansiada unidad continental habrá de llegar. Claro, para el 2110. Espere sentado y no pregunte cómo.

Bueno, tal parece que hay que asumir que es sólo un novelista hablando de política, pero los que creemos que ello no es obstáculo para exigir seriedad nos sentimos defraudados de tanta ligereza. Dado que no había leído a Volpi antes, El insomnio de Bolívar prometía una amena introducción a su bibliografía. Ello no sucedió. Pensé que se me estaba invitando a enterarme cómo el autor trataría la frustración de Bolívar, nunca sospeché que el frustrado sería yo. Disculpen la sinceridad, pero a veces es necesario advertir… ¿estafas? Puede ser una palabra muy dura, lindando con la injusticia, pero como lector frustrado no encuentro otro calificativo. Es el término que calza a la perfección con lo que siento. La culpa no es del autor, sino de los que han hecho de este libro acreedor a un importante galardón.

No es el primer fiasco. Algo semejante me ocurrió hace poco con un trabajo titulado El libro de los filósofos muertos de Simon Critchley. Lo que más recuerdo es que el autor agradecía a la Getty Research Institute por la beca que le otorgaron para dedicarse a escribir el mentado libro. Ciertamente, es un hombre afortunado, pues ese trabajo no merecía ese tipo de apoyo. Realmente no lo merecía. O a lo mejor es que escribir se está convirtiendo en una rareza. No quiero hacer de profeta, pero casos como estos comienzan a abundar. ¿Y abundan gracias al marketing? Ello sería válido en el negocio puramente editorial, pero no cuando estamos frente becas y premios. En ambos caso la afectación es mayúscula porque se supone que se elije al más sobresaliente, descartando a los menos interesante por otros de valía.

En el caso del II Premio Iberoamericano Debate Casa de América, ¿habrá sido el ensayo de Volpi la mejor de las obras presentadas? Al parecer nunca lo sabremos. Pero igual, la pregunta que queda es: ¿Quiénes estuvieron por debajo del ganador? ¿Una tal Claudia Brasil o de alguna Mirla? ¿Nadie con esos nombres? De seguro, porque esos eran los nombres de las cantantes que obtuvieron el primer y segundo lugar en el hoy desaparecido II Festival de la Canción Latina de 1970 (predecesor del también pasado a mejor vida Festival OTI). Digo “eran” porque no sé si siguen en la música, como tampoco nunca supe si temas como Cançao de Amor y Con los brazos cruzados alguna vez se escucharon por la radio. Lo que sí sabemos es que un tal José José quedó en tercer lugar, interpretando El triste de Roberto Cantoral.

A diferencia de los certámenes literarios, los de música y canto son cotejados y evaluados no sólo por el jurado, sino también por el público asistente y, de darse el caso, hasta por el televidente. Evidentemente este último no será el que reglamentariamente elija al ganador, pero sí será el que le brinde eterna fama con su predilección. Justo lo que aconteció en el señalado festival de 1970. Ahí José José (un compatriota de Volpi) hizo su estupenda aparición para el mundo. No hubo forma de ocultarlo, de taparlo, de hacerlo inexistente. El jurado pudo imponerse formalmente, pero no pudo torcer la opinión del público presente en el escenario ni mucho menos de los que seguían el show desde sus casas por la televisión. Imposible. Los primeros serán la “academia”, la platónica episteme, pero los segundos, donde campea la silvestre subjetividad, el hábitat de la mera doxa, fueron los que catapultaron a José José como astro de la canción en español. Para el jurado, éste hoy célebre baladista valía poco. Claro, a diferencia de Claudia Brasil y de Mirla, Volpi no es ningún desconocido. Eso es lo lamentable. He ahí el daño que se le hace.

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