Si en el siglo XIX ser conservador significaba defender a la autoridad por sobre las leyes y apostar por un estado confesional, doscientos años después qué es lo que un conservador puede conservar si los principios del estado de derecho y del laicismo son el norte a seguir. Con el agregado de un país mayoritariamente urbano y con sectores medios nuevos (sin relación algunas con las clases mesocráticas anteriores), dónde colocar la estampita de Bartolomé Herrera en este siglo XXI.

De la captura del sillón presidencial por el bandolero León Escobar en 1835 a la elección democrática de Pedro Castillo en 2021, igualmente podría quedar claro que insistir en el gobierno de los más aptos y la soberanía de la inteligencia no es precisamente una alternativa realista. ¿Lo será el sacudirse de las políticas públicas en torno a los temas de género en las escuelas? Si esto último es dable, ¿qué es lo que se ofrecerá frente a un mundo innegablemente revolucionado por las legítimas exigencias de liberación sexual? ¿O lo que cuenta (lo que los hermana a los progresistas) es únicamente tomar poder (y las consultorías de por medio) para impartir moral?

Cuando el conservadurismo tuvo su mejor hora, el Perú era un inmenso terreno baldío. Un espacio árido, de escasos recodos civilizados. Parajes atractivos sólo para melancólicos paisajistas. Con todo, fue el fin de la anarquía que aconteció inmediatamente después de terminada la guerra por la independencia. Desde esa feble pax las soluciones conservadoras emergieron para mirar el futuro. Sin duda, un mayúsculo esfuerzo de imaginación. Si se asume que la sociedad puede remedar el rigor de un monasterio con su jerarquía eclesiástica incluida, qué es lo que se puede ofrecer.

Si el socialismo renunció a solucionar los problemas inmediatos de la gente al apostar por un mañana hechizo, el conservadurismo no hizo nada distinto. A la postre, a ambos lo material y el gentío inmerso en sus propios proyectos les causaba repulsión. Afortunadamente el día a día de las naciones desborda los parámetros de los que suelen quejarse de que la realidad ofende. Por lo mismo, ¿qué conservar en un país donde la inmensa mayoría de la población vive al margen del estado?

He aquí la constante de un país que supo de diferenciadas repúblicas de españoles y de indios, pero nunca de mestizos. Palmariamente, siempre han sido pocos los que han logrado vivir con protección legal. Sin rubor, un coto de caza donde la presa a alcanzar la componen privilegios gubernamentales. Esto sólo es posible desprotegiendo a las mayorías.

Obviamente, lo moderno o racional (o liberal) es que la gente emprenda su personal camino a la felicidad por propia cuenta y que la autoridad se limite a protegerla del fraude y la violencia. ¿No fue ello lo que Ronald Reagan y Margaret Thatcher alentaron, dejando de lado la histórica desconfianza del conservadurismo contra los individuos? Empero, el conservadurismo anglosajón resiente a nuestros católicos militantes que han nutrido a antiliberales de derechas e izquierdas.

(Publicado en Contrapoder, suplemento dominical del diario Expreso, Lima, 29 de mayo de 2022, p. 7)

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