Si en su día Luis Bedoya Reyes nunca sacó provecho político de su origen popular (nació en el barrio de pescadores de Chucuito, en el Callao), con Rafael López Aliaga Cazorla se repite la historia: hasta antes del estallido de las protestas en Puno, nadie supo que su familia materna era de Lampa.
Ello se lo enrostró el alcalde de Lima a una periodista a la salida de una reunión con la presidenta Dina Boluarte en Palacio de Gobierno. En la campaña electoral municipal esos ancestros de la sierra sur no se conocieron. Como hombre blanco, católico militante, empresario hotelero e inversionista, la contundencia de su confesión provocó —para justo fastidio de López Aliaga— la risa de la mujer de prensa. ¿Ella nunca se imaginó un puneño así?
Salvando las distancias con la estirpe de los Cazorla (de notoria presencia en la región altiplánica acaso desde el siglo XVII), es imposible no recordar la sorpresa que se llevó el sociólogo francés François Bourricaud en un viaje que hizo a Puno en 1953. Señalando un caso singular —excepcional, a su decir—, anotó que “hemos conocido a un hombre cuyo porte y vestido nos lo señalan como indígena”, que “hablaba castellano con dificultad” y tiene la comisura de sus labios sucia “por la mancha verdosa que deja la coca”.
De mujer “india” y con hijos “indios” —que “van descalzos y usan poncho”—, Bourricaud nos refiere a un hacendado poseedor de 1500 hectáreas y que ostenta “ojos azules, una pigmentación clara y una barba rubia muy abundante”. Para el afamado sociólogo galo, “un proceso de involución y regresión muy curioso, tiende a volver a la condición indígena”. (sic)
Un siglo antes el empresario y político puneño Juan Bustamante Dueñas responde a idéntico proceder, aunque en éste caso —como el propio Bustamante lo declaró— salió a la madre: “poco o nada saqué del de mi padre, oriundo de España”.
A diferencia del anónimo misti de Bourricaud, ahora estamos ante un personaje que “evoluciona” hasta el grado de convertirse en próspero comerciante, parlamentario, defensor patrio (en el combate del Dos de Mayo), reformador social y viajero. Recorrerá Norteamérica, Europa, Medio Oriente, China e India de 1841 a 1844, volviendo a salir en 1848 hacia los países nórdicos y el Imperio Ruso.
No obstante estos pergaminos y vivencias, involuciona al liderar una sangrienta rebelión campesina altamente xenófoba. Buscando cuotas de poder, alienta reivindicaciones que terminan en violentas apuestas racistas. Ofrece una regresión. Por elección propia, pasa a ser Túpac Amaru III. Justo será ese flanco premoderno el que la izquierda repotencie.
¿Se olvida que fue José Carlos Mariátegui el que planteó resolver el “problema del indio” expropiando tierras antes que —como lo hicieron los ingleses en el siglo XVII— aboliendo los obstáculos a la libre iniciativa individual?
No hay de qué extrañarse. No en vano fueron sus herederos del Partido Comunista peruano los que en 1931 presentaron como candidato presidencial a un comunero analfabeto de Santiago de Pupuja, Azángaro: Eduardo Quispe Quispe. Como en la actualidad, su idea fuerza no fue otra que la autonomía política y económica de las nacionalidades quechua y aymara. Como por entonces confesó Eudocio Ravines (secretario general del PCP), en el fondo la razón era muy simple: ello sólo fue por joder. De eso se trata todo.
(Publicado en Contrapoder, suplemente dominical del diario Expreso, Lima, 05 de marzo de 2023, p. 8)