Paul Laurent

Que los “caviares” del futuro sean vástagos de una sociedad pujante y próspera no es ninguna profecía, es sólo una proyección a partir de un dato empírico. Ello es lo que el profesor Steve Levitsky recoge en su artículo Los caviares desde otro ángulo.

En ese sentido, la primera parte de su tesis es totalmente cierta (es decir, está abundantemente demostrada): los “caviares” (básicamente los igualitaristas bon vivant) podrán dejar de ser una minoría selecta (pero altamente influyente) para convertirse en una gran plaga si es que el proceso de capitalización no se interrumpe. Mas ello no significa que la segunda parte de dicha tesis sea totalmente precisa: “caviares” exigiendo derechos para todos por igual.

En este último punto, todo dependerá de qué se entienda por “derechos iguales para todos”. Thomas Jefferson y Lenin podían expresar fácilmente esas mismas palabras, pero con muy distinto significado. Y advirtamos que ambos se movieron en sociedades pre-industriales. Empero desde el soporte legal de los “padres fundadores”, los norteamericanos que llegaron después pudieron involucrarse sin mayor inconveniente en la dinámica de la economía internacional que la revolución industrial inglesa exigía. A los rusos ese proceso no les fue del todo negado (la negación mayor vendría con Lenin), pero su institucionalidad zarista no estaba a la altura de ese magno acontecimiento.

Con todo, la imperiosa necesidad de interconectar los mercados desencadenó la moda de adscribirse a un universo de derechos que permita que las mercancías tanto como las iniciativas privadas fluyan sin mayores límites. En medio de un panorama de estados sin mayores pretensiones asistencialistas, el escenario social dio un giro por demás radical. Ello hasta 1914, cuando los “caviares” de esa hora (muchos de ellos muy virulentos) no se contentaban con asumir que el mundo en el que vivían había nacido al amparo del viejo ideal europeo de la igualdad ante la ley.

Ese era el ideal al que se adscribía Jefferson tanto como el que Lenin repudiaba por “burgués”. ¿A cuál de los dos se afiliarán los “caviares” del  mañana? ¿Juzgarán que los derechos son sinónimos de aquellas libertades que permitieron que sus padres y abuelos eludan los infortunios y la complicada legislación (en materia laboral, por ejemplo) que el estado benefactor consagró a lo largo del siglo XX, o esos derechos responderán directamente a aquellas libertades de ese mismo estorbo antiempresarial que fue el estado benefactor?

Si en el momento cumbre de la civilización liberal del siglo XIX ya en sí mismo el estado era tenido como una rémora, lo que vendría después sólo podía ser posible si es que esa civilización liberal dejaba de existir. Y así fue. Tal la “hazaña” de los  “igualitaristas” de esa hora. Desde su repudio al capital, a la empresarialidad y al librecambio, alentaron un orden burocrático únicamente dable por la inexistencia de libertades y derechos tal como la generación precedente lo entendía.

He ahí el espejo de una manera de instaurar “derechos para todos por igual” que no precisamente es auspiciosa de libertades, sino grandemente represiva. Y ello porque si partimos que los derechos nacen por decisión política, entonces el margen para que la gente proceda según su propio criterio y conveniencia estará condicionado a lo que el legislador-constituyente decida. Como es de presumir, gozar de una libertad diseñada deliberadamente por otro es en sí mismo una negación a la libertad.

Si eso es lo que nos espera al final de la jornada (cuando hayamos pasado de ser un país pobre a uno rico), será tirar por la borda todo lo logrado. Ello ya lo hemos hecho antes sin haber alcanzado la meta máxima. Así es, tanto en 1919 como en 1968 se hizo añicos dos procesos de capitalización desde un soporte de “derechos iguales para todos” que distaba enormemente de ese delirio de “derechos iguales para todos” que los “caviares” de esa hora buscaron instaurar desde una noción de “democracia participativa” que tuvo como punto de partida la destrucción de la propia democracia.

Leguía y Velasco lideraron esos quiebres constitucionales. Así es, ambos afectaron el estado de derecho y una matriz de desarrollo eminentemente privada. Y lo hicieron con sus “caviares” de turno al lado. Haya de la Torre y Mariátegui auparon al primero en su mocedad, al segundo lo apoyaron personajes que hoy dominan la agenda de políticas públicas, pululan en universidades, ONG, medios de comunicación y entidades públicas, siendo que uno de ellos hoy es Ministro de Relaciones Exteriores.

Luego de su paso por el poder lo único que dejaron fue una fuerte sensación de fracaso y frustración. En resumen, arcas vacías, pobreza y burocracia. Como es de ver, la premisa de Levitsky ya la hemos vivido. No es necesario esperar el arribo del futuro para saber lo que puede venir si es que los hijos de los favorecidos por el progreso capitalista deciden defender una noción del derecho más próxima a la de Lenin que a la de Jefferson.

Si a lo largo de los últimos veinte años muchos peruanos han cambiado su suerte de manera más rápida que los hombres y mujeres de épocas anteriores, es porque la apertura de los mercados y las mejores condiciones legales y sociales (fin del terrorismo) lo permitieron. Salieron adelante por su propio esfuerzo, bridándole a los suyos unas condiciones de vida mucho mejores que las que ellos tuvieron. Imposible dudar de ese aporte. Mas lo que queda en el aire es si ese legado habrá de ser valorado hasta el nivel de convertirse en un axioma políticamente defendible.

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