¿Es exagerado decir que la eliminación del trabajo infantil sería un acto inhumano y criminal? Por lo pronto anularle a cualquier persona la posibilidad de poder satisfacer sus más elementales urgencias vitales es un evidente acto de crueldad.

Entonces, por qué pensar que impidiendo que los niños trabajen se les estará haciendo un gran favor. ¿O es que se cree que los niños inmersos en esta situación lo hacen por una insondable vocación autodestructiva o por la pura perversión de sus padres?

Una manera muy extraña de mirar las cosas. Si tal hecho acontece es porque no les queda otro camino, siendo que impedirles alcanzar por su propio empeño todo aquello que hoy en día carecen es un directo convite a la inanición. Peligroso, el romántico afán de protegerlos bien puede convertirse en un elemento represor contra los más pobres. Claro, salvo que se piense que el estado puede resolver cada uno de los motivos que hicieron que esos niños se dediquen a trabajar.

¿Alguien cree realmente en eso? Bueno si ello fuera así entonces tendríamos que procurarnos de un sistema estatal altamente sofisticado. Todo un armatoste de beneficencia y asistencialismo que ni los países más ricos del mundo han logrado tener jamás. ¿Inocentes elucubraciones? Si se juzga que ello es dable entonces debemos entender que el mundo mágico (¿de Disney?) de los bien intencionados ha destrozado todo viso de cordura y sensatez. Y si ello es así en lo blanco y limpio, cómo será en el igualmente irreal y ensoñador pero no tan níveo ni acicalado delirio de la sociedad sin clases y del paraíso de la perfecta igualdad. En todo caso, ¿por qué la sociedad tiene que financiar compulsivamente los anhelos altruistas y caritativos de unos cuantos justicieros?

Luchar para que dos millones de niños y adolescentes dejen de trabajar y se pongan a hacer cosas de su edad (como estudiar) huele a una total quimera en un país donde hasta hace poco más del 50% de la población vivía en la pobreza (más de 13 millones de personas). Hoy en día esa cifra se ha reducido considerablemente en un 34% sin mayores cambios en ese rubro. Así pues, estamos ante una quimera que fácilmente puede terminar produciendo el peor de los efectos: regresionar, desandar el camino andado y repotenciar la miseria tanto de los menores de edad como de los demás que dependen de su valioso aporte (hermanos menores, ancianos y enfermos). Es decir, la obsesión por frenar la fuerza laboral infantil a través de una legislación especialmente diseñada muy bien puede contribuir a condenarlos a la sempiterna carencia o, “en el mejor de los casos”, a tornarlos completamente dependientes del estado.

Si esto último se diese tendríamos que soportar una generación de parásitos finamente adiestrados para esperarlo todo de lo demás y sin ninguna contribución de su parte. Abiertamente, un ejército de impúberes y púberes que nunca sabrán generar ese aleccionador apoyo que generaciones de infantes siempre han brindado a los que venían por delante.

No se advierte que el grueso de las personas que en el presente ostentan formalmente un “envidiable” nivel educativo provienen de familias originalmente nacidas del duro trabajo de los abuelos. Directamente, de los que no dudaron en sacrificar su propia infancia con tal de vencer la adversidad y hasta su casi analfabetismo en aras de labrarle a los suyos un futuro más prometedor que el que ellos tuvieron.

Innegable, fueron estos hombres y mujeres los que supieron darles a sus descendientes un nivel superior de vida a partir de un esfuerzo que las más de las veces comenzó en la infancia. Lo que no partió de ningún novelesco afán de superación personal, sino por unos muy primarios apremios por llevarse algo a la boca y no sucumbir.

De esta suerte, cuando veamos un niño trabajando reparemos que el proceso de capitalización humana y material que ello reportará ulteriormente es insustituible por cualquier política pública. Nada lo imita ni lo reemplaza. No hay sucedáneos de por medio.

Ello debe de tenerse en cuenta antes de proponer mutilar cada hebra de quien entiende que puede remediar los imponderables de su existencia por propia mano y desde muy temprana edad. No perdamos la perspectiva.

El trabajar por diversión es un lujo que se pueden dar unos pocos. La gran mayoría lo hace por necesidad, una necesidad que nos debe invitar a sospechar que lo que se requiere es tan simple como importante: combatir la esclavitud y la trata de seres humanos. Un flagelo que va más allá de las edades, y que involucra a todas las personas por igual. Ciertamente la mejor forma de velar por los niños, comprobando si sus derechos son tan respetados como los de cualquier adulto.

(Publicado en El Diario de Hoy de El Salvador,12 de julio de 2006)

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