De un tiempo a esta parte han aparecido sendos intentos de explicar aquello que mayormente se ignora: el liberalismo. Sus autores son respetados profesores universitarios que no precisamente simpatizan con la idea de que cada quien ejerza su libertad como mejor le plazca en el campo económico. Como si lo económico fuera un mundo aparte de lo político y de lo moral.
Incluso uno de ellos (Nelson Manrique) llega a decir que: «Cuando se habla del tema muy al fondo existe una gran confusión; aquella que asume que el liberalismo económico y el liberalismo político van indisolublemente unidos, lo cual es falso.» Obviamente, él no está confundido. Simplemente ignora, por ello es categórico. Sin duda, estamos ante el alguien que juzga que ver películas porno o para casarse con quien se quiera es menos perjudicial que disponer como se quiera de nuestras propiedades y dineros.
Mucho más prudente y honesto en su no saber es Eduardo Dargent cuando se pregunta sobre «qué tipo de economía es compatible» con un hombre cabalmente autónomo. No ve nada claro en el horizonte. A su entender, con dicha autonomía las fronteras de la actividad estatal «no son claras y le deseo suerte a quien pretenda encontrar en Locke, Smith o la naturaleza humana una respuesta precisa.»
En el medioevo la rueda de la fortuna (la suerte deseada por Dargent) era obra del demonio que aupaba todo lo que los bulliciosos y descastados mercaderes venían fundando. Como es de ver, por esos tiempos todo asomo de singularidad era vomitivo. En nuestros tiempos, ese mismo asomo de radical independencia sigue causando nauseas y mareos.
Ese es el problema de las fobias. Desde ellas no se ve que apostar sólo por la existencia de libertades políticas antes que por las económicas es una apuesta que tarde o temprano anulará a ambas. El citado pero soslayado Locke ya lo había advertido: ser poseedor de un derecho es gozar de una pertenencia, siendo la primera de ellas el ser dueños de nuestras propias vidas.
La raíz patrimonialista (económica) de la libertad es la que hace que lo político y lo económico sean uno sólo. Al fin y al cabo, la sociedad nace con el fin de salvaguardar propiedades, no tiernas miradas. Así, el gobierno está conminado a mantener un orden de cosas que él no ha creado, sino que lo ha creado a él.
¿Que eso no basta para el desarrollo?, Jorge Secada dixit. ¿Qué no es suficiente? ¿Secada se hacía la misma pregunta cuando el desarrollismo descapitalizador cerraba los mercados para imperar a sus anchas? Presumo que no. Es de los que prefieren creer que esos otrora áridos y moribundos mercados se han activado por decisión de los “económicamente poderosos” antes que por una inmensa mayoría que sólo buscó sobrevivir, y sobreviviendo ha transformado la fisonomía y espíritu del país.
El Liberalismo
“El Política es el Destino”
Napoleón
“La distancia más corta entre dos puntos no siempre es la línea recta”.
Dicho italiano
“El citado pero soslayado Locke ya lo había advertido: ser poseedor de un derecho es gozar de una pertenencia, siendo la primera de ellas el ser dueños de nuestras propias vidas.”
Paul Laurent — “Los liberalismos de los no liberales”
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Comprender, o su intento, tal vez sería mejor decir, obliga a dejar de lado los detalles que, a veces, tienen la altura de los Himalayas. Pero vistos desde cierta distancia – desde un satélite pongamos por caso – solo cuentan las grandes masas que si bien no hace que se pueda apreciar los miles de millones de seres humanos que pueblan el planeta tierra, comprueban que la Tierra es redonda.
Esta imagen cósmica – es decir pretensiosa porque todos vivimos en la tierra – nos sirve – al menos eso quisiéramos lograr – para esquematizar la vida de relación, punto al partir del cual tiene sentido la Política, progenitora hermafrodita de la especie. Alguien, más apegado a lo concreto, probablemente incómodo por estas vaguedades, en un esfuerzo por volver al cauce normal de los intercambios argumentativos, pudiera preguntar por qué; por qué la Política se pone como la parcela de la realidad que subsume en ella la vida humana.
Sin recurrir a Aristóteles y su “zoo politikon”, lo cierto es que el hombre es el “animal político”, el animal que se agrupa, desde la horda, la tribu, el poblado, las ciudades, los países, pero siempre comparte un espacio y se somete como el mal menor a una autoridad. De como sea ésta y sus diversas variantes es algo cuyo peso específico no permite ser tratado como un afluente. El río está – la política – el cómo sea el modo de conducirse en su área de influencia — los sistemas políticos — entra en la esfera de la práctica. Uno es un hecho natural, la otra queda librada a la inteligencia y voluntad de los hombres.
En una intención de dar una respuesta algo pobre pero compensada por la brevedad, diríamos: “El hombre debe asegurar su vida. La vida se conserva con más probabilidad en el grupo y el grupo, constituido por individuos necesita entenderse.” Eso es la política.
No aventuraremos hipótesis respecto del origen del individuo social. Eso sería tan probable de ser comprobado como el origen del Universo y las especies vivas que lo habitan. Solo diremos que eso es así. Los Robinson Crusoe están bien en la literatura, especialmente la que ya entrando en materia, creó el género novela, legítimo producto de una vida ordenada subordinada al trabajo. Fue el estamento burgués quien le dio forma y lo llevó a su apogeo, fue su consumidora y quien la alimentó a través de más o menos un cuarto de milenio. Pero el individuo, sujeto de la política, es un producto social. Como el perro cuidado por su amo está obligado a obedecerlo. A nuestro criterio – que no es una verdad revelada – eso es innegable.
Locke — al estar de la cita del señor Laurent — hace del derecho una pertenencia, lo que es innegable. Pero la afirmación parte del supuesto implícito pero decisivo que el “derecho” pareciera venir como míticamente vienen los niños, con un pan bajo del brazo. De otra forma menos metafórica: para Locke, el derecho sería algo natural, imprescriptible y si bien tal vez pasivo de ser violado, inalienable, es decir “desposeer a una persona de algo inmaterial.” ¿Es eso así?
De la concepción hipotético-naturalista de como se habrían conformado históricamente los conglomerados humanos, esto no pareciera ser así. La Autoridad no se constituyó en una amable reunión académica. Fue el producto de luchas, la mayor parte sangrientas, que establecieron quienes debían mandar y quienes debían obedecer. Como contrapartida — ya que luego de haberse pacificado el grupo hubo que organizarlo — todos recuperaron su “derecho” a la vida. De allí se conformó la norma escrita. De otra forma: el supuesto derecho solo descansa en el poder propio y el reconocimiento ajeno. Y como los demás que reconocen siempre tienen más poder que el individuo, éste tiene dos opciones, someterse o ser eliminado. El consuelo de los perdidosos y la eterna desconfianza de los vencedores fue la Ley que garantiza previsibilidad.
Pero la Ley no está hecha arbitrariamente. Necesita tener una lectura aproximadamente verdadera de la realidad o indefectiblemente será dejada de lado. ¿Por qué? Porque la vida de cada cual debe ser respetada para que las leyes puedan tener vigencia real.
Resumiendo:
1) La política no cumple “principios morales”. Administra la realidad cuya esencia es la preservación de la vida y cuyo buen resultado es la seguridad que da la paz.
2) El marco lo da la Ley, que es una transacción entre los grupos antagónicos cuya frontera lo establece el poder de cada uno y cuyo centro de gravedad está en el grupo vencedor.
3) El Derecho es más modestamente el “derecho positivo”. Es la Política la que fija el “imaginario colectivo” que crea los valores que hace que las leyes tengan su espíritu.
4) En consecuencia, no hay derechos inalienables. Cuando hay “justicia”, esto es una ley vigente para todos, con un espíritu con el que se identifica la mayor parte del grupo, reina la paz que crea una cultura.