Sin duda, no es ni el socialista José Carlos Mariátegui, ni el socialdemócrata Víctor Raúl Haya de la Torre. Tampoco el socialcristiano Víctor Andrés Belaúnde ni el conservador José de la Riva Agüero. No pensaba como ellos. O mejor dicho: dejó de pensar como los dos primeros y jamás pesó como los dos últimos. Desde fines de los años cincuenta era un firme creyente en el comercio libre y en la democracia representativa.

Por entonces también era formalmente peruano, aunque por mucho tiempo simuló tener otros nombres y otras nacionalidades. Desde los años veinte no fue más que un activo trotamundos del comunismo internacional. Cuando se hastíe de ese credo y de la inhumanidad de sus compañeros de lucha (ello lo comprobará en la Rusia de las purgas stalinistas y en la guerra civil española), seguirá siendo un inevitable viajero.

Si antaño tuvo que abandonar su país a la fuerza (incluso huyendo de una prisión que le prometía retenerlo durante 26 años), hacia mediados del siglo XX treparía aviones como un deportado anticomunista. En 1948 el democrático Bustamante y Rivero lo expatriaría. En 1956 el dictador Odría. La última vez que salga del Perú será en 1969. Lo hará porque a Velasco no le gustó que ese antiguo bolchevique le enrostre (desde sus artículos en La Prensa) que la inflación y el control de precios tanto como la expropiación y las nacionalizaciones sólo sembrarán más pobreza.

No se equivocó. Malgeniado y provocador, fue despojado de su nacionalidad. Nunca más la recuperaría. Moriría en 1978 en Ciudad de México en extrañas circunstancias. ¿Asesinado? Todo indica que sí.

Una vez el fundador de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, Manuel Ayau, me preguntó: ¿Sabes quién fue el mejor profesor de esta universidad? Ni idea, le expresé. Un compatriota tuyo, me dijo. ¿Quién?, pregunté. Eudocio Ravines, fue la inesperada respuesta.

Ravines había llegado a Guatemala desde México, donde hizo hasta de periodista deportivo a pesar de haber alcanzado la fama internacional en 1951 con su libro La gran estafa. Ayau lo reclutó para su recién estrenada casa de estudios fundada al amparo de las ideas de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Lejos estaban los tiempos en los que Eudocio era un respetado “revolucionario”. Ahora era un liberal, pero para sus antiguos camaradas no fue más que un traidor.

Así pasaría a la historia. A diferencia de Mariátegui, Haya de la Torre, Belaúnde y Riva Agüero, Ravines no formará parte de los símbolos intelectuales de su patria. El Perú post-hiperinflación y post-Sendero Luminoso continuará reivindicando las ideas de aquellos pensadores que nada tenían que ver con el nuevo escenario socio-político. Ese mismo escenario que Ravines anheló desde el momento de su conversión. Según su propia confesión, promover el capitalismo sería su manera de reparar todo el mal que había causado durante la primera mitad de su vida.

(Publicado en Contrapoder, Nº 1, Segunda época, Lima, 2013, p. 4)

(Reproducido en Diario Altavoz.pe)

(Si se quiere saber más sobre Eudocio Ravines, acceda al ensayo Eudocio Ravines, el otro revolucionario)

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