economia-20030402-10Siguiendo a los críticos locales del liberalismo, queda en claro que su asco por lo que llaman “liberalismo económico” no es accidental. Si lo rechazan es porque van en completa sintonía con el medio en el que se han formado. Así es, lo rechazan porque no lo conocen pero lo intuyen. Siendo que ello les es más que suficiente.

Con todo, lo que se evidencia es que no hay tradición liberal asentada. Léase, tradición de pensamiento, tradición intelectual, lo que sí acontece con el conservadurismo y el socialismo (y en cada una de las variantes de ambas tradiciones de pensamiento).

Por lo indicado, es completamente comprensible la ausencia de una real tradición de diálogo entre diferentes. Como se ve, los que rechazan todo tipo de monopolio no reparan que ellos han formado el suyo. Ese es el piso que sostiene la ignorancia y el no saber sobre el tema en cuestión (el liberalismo). Tampoco el no querer saber. ¿Lejano eco del que piensa que es mejor no tentar al diablo?

¿La libertad para vender y comprar como un mal? ¿Como una libertad perversa y sensual? ¿Exactamente todo aquello que la educación religiosa cristiana (un monopolio por excelencia, propio de toda cultura) juzga como evitable? Los siglos de oscurantismo no son gratuitos. Saben dejar sus huellas. También sus traumas.

Si John Locke asentó una tradición, no fue por su confesión protestante. Además, no era el único. Y en esa variedad, había hasta catolicísimos escolásticos. Innegablemente, brindó un soberbio aporte que se asentó muy a pesar de los dogmas de fe. Tal es como se reescribe el ideario de la libertad. Se sigue la vieja línea patrimonialista romana que los mercaderes de todos los tiempos siempre vieron como más que necesaria. En esa medida, se ofrecerá una noción de derechos que no son antojos ni ocurrencias políticas (para más señas, arbitrarias), sino manifestaciones de propiedad (de derechos) plenamente negociables.

Precisemos, cuando me refiero a lo político lo hago como sinónimo de “estatal”. En ese ámbito, para que los “derechos sociales” se den es menester la intervención gubernamental para financiarlos. Obviamente, financiarlos con los dineros que no nacen de él, sino de la gente. Al fin y al cabo, el estado por sí mismo no genera riqueza. No tiene ese don. En cambio, quien tiene un derecho privado lo tienen en virtud de sí mismo y al consenso que sobre él sus semejantes asumen, no el estado. Como es de ver, estamos ante una manera muy distinta de ver la política. Y desde ella, alcanzar una inmensa variedad de demandas sociales.

Ese es el punto de quiebre: la existencia del estado. De su ausencia o de su presencia se dan  dos civilizaciones muy diferenciadas: la que se rige por unos derechos que no nacen de financiamiento gubernamental alguno versus la que entiende que los mismos los obsequia el estado a diestra y siniestra.

Eso explica de por sí la singularidad de la legalidad anglosajona (previa a Locke), pues es directa tributaria de esa tradición patrimonialista (y desde ello constitucional) que a su vez activa un amplio soporte individualista. Desde esa premisa invocar libertades apartadas de lo económico es tan romántico como vacío, salvo que el tesoro público los inyecte de vitalidad, no sin antes anestesiar a los que producen riquezas.

(Publicado en Diario Altavoz.pe)

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