Una de las cualidades más interesantes del libro La gran búsqueda es la incorporación de algunos personajes menos conocidos al relato de la historia del pensamiento económico del siglo XX, y que no aparecen como protagonistas en otras historias de naturaleza semejante. Es el caso de Joan Robinson o Piero Sraffa, o del matrimonio formado por Sydney y Beatrice Webb.
Los dos primeros formaron parte del círculo más cercano a Keynes en la Escuela de Cambridge. La señora Robinson, de quien muchos analistas pregonan que debió ser la primera mujer con derecho al Premio Nobel de Economía, se autodefinió como “keynesiana de izquierdas”, pero buena parte de su vida estuvo influida por el estudio de la obra de Marx y sus coqueteos con la URSS y, sobre todo, con la China de Mao. Sus estudios sobre la competencia imperfecta le encontraron un lugar principal en Cambridge, aunque solo fue catedrática tardíamente. Es un personaje fascinante, incluidas sus contradicciones. Fue quien dijo que el propósito de los estudios de la ciencia económica no consiste en adquirir un conjunto de respuestas ya elaboradas para las cuestiones económicas “sino aprender cómo evitar que los economistas nos engañen”.
Piero Sraffa, economista marxista italiano, que se exilió en Cambridge huyendo de la amenaza de la peste parda, es el eslabón perdido entre su maestro Keynes y el pensador comunista Antonio Gramsci, una de las grandes cabezas del marxismo occidental. A través de Sraffa, Keynes se interesará por la enfermedad fascista del sur de Europa y, sobre todo, por la tragedia personal de Antonio Gramsci, encerrado en la cárcel hasta su muerte.
El matrimonio Webb (del que la parte fuerte era la mujer, Beatrice), también hizo sus pinitos marxistas, pero pasará a la historia de las ideas económicas como el antecedente del Welfare State y como fundador de la London School of Economics, así como del semanario New Stateman, tan importante para la difusión de las ideas socialistas. Fue Beatrice Webb quien desarrolló a principios del siglo XX la idea de un sistema de atención desde el nacimiento de la persona hasta la muerte, con el que se aseguraría “un estándar mínimo de vida civilizada para todos los ciudadanos por igual”. Había nacido la idea del Estado del Bienestar, la mejor utopía factible del siglo XX.