Carlos Atocsa
El profesor Nelson Manrique ha respondido (LR, 15-01-2013) con prontitud a la crítica que le hiciéramos a un artículo anterior, en donde demostramos que en el origen del Convenio Chicago/Universidad Católica nada tuvo que ver Milton Friedman, que Chile no fue concebido (con varias lustros de anticipación) como una especie de laboratorio de este profesor, que el “Ladrillo” se elaboró cuatro años antes del golpe y que la crisis financiera de ese país de 1982 no se resolvió con más nacionalizaciones.
Sin embargo, Manrique insiste en señalar que el proceso chileno es el resultado de una conspiración criminal para liquidar la democracia, asesinar personas y aplicar un programa económico empobrecedor en ese país. Su feroz crítica a Friedman y los “chicos de Chicago” es tan perturbadora que a veces parece querer demostrar que la Escuela de Chicago y la Escuela de las Américas eran la misma cosa.
Lo cierto es que el papel de Friedman en la gestación del proceso chileno ha sido hábilmente adulterado por sus enemigos. Todas las evidencias sugieren que hasta antes de 1975 estuvo menos involucrado con los Chicago Boys que, por ejemplo, Arnold Harberger, Gregg Lewis (otro monetarista) y Larry Sjaastad (especialista en comercio internacional). Friedman enseñaba el curso básico de teoría económica y dictó un taller sobre dinero y banca, pero tuvo poca participación en los programas de Chicago en América del Sur o la selección de estudiantes de América Latina (cfr. Schliesser, Eric, “Friedman, Positive Economics, and the Chicago Boys”, en Emmet, Ross, ed., The Elgar Companion To The Chicago School Of Economics, Edward Elgar Publishing, Cheltenham, 2010, pp. 175-195 [puede verse aquí, pp. 31-32]). Muchos lo recuerdan como un expositor elocuente, pero de relación cero con los estudiantes (Gonzalo Vial et al., Una trascendental experiencia académica: la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y la nueva visión económica, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1999).
Su visita de ocho días a Chile (20-27 de marzo de 1975), casi de forma casual (Harberger le pidió que lo acompañara a Chile, invitado por el Banco Hipotecario, para una semana de seminarios y charlas públicas), lo convirtió, por sus repercusiones mediáticas, en el mentor de esos profesionales, en momentos en que los militares les traspasaban el manejo directo de la economía del país. Allí tuvo un encuentro de tres cuartos de hora con Pinochet, quien le pidió consejos para solucionar la aguda crisis económica. Friedman le escribió una carta (fechada el 21-04-1975) en donde le dio los mismos consejos que antes había dado al gobierno de Yugoslavia (marzo de 1973) y que después se los daría, en 1988, al secretario general del Partido Comunista chino, Zhao Ziyang (Friedman, M. y Rose D. Friedman, Two Lucky People: Memoirs, Universidad de Chicago, 1998, pp. 403 y 423), esto es, acabar con la inflación mediante la disminución drástica del gasto público, causante del incremento de la cantidad de dinero (Id., p. 592). Esa medida tan sensata es la tan terrorífica “terapia de shock” que trae hoy a colación Manrique.
Recogiendo opiniones de 1976 e información de Wikipedia, Manrique llega a la conclusión de que el modelo chileno es “uno de los mayores fracasos” de su historia económica y que solo generó desigualdad, tal como aparece en la lista por igualdad de ingresos de 2005. Debo de suponer que a los ciudadanos de Chile, con uno de los más altos estándares de vida de Sudamérica y con una clase media bastante extendida, no les debe preocupar tan tempranas apreciaciones ni tampoco ocupar ese sitial (160) si naciones como Afganistán se encuentran entre los primeros 20 puestos de esa lista.
Manrique pone también en entredicho mi honradez intelectual y me exige transcribir la referencia completa del informe del senado estadounidense sobre las innegables acciones de la CIA en Chile. No solo eso, agrega otra cita más e imprudentemente hace una remisión al link del Informe para que se pueda comprobar la veracidad de sus afirmaciones. Flaco favor para su causa. En ese link cualquier lector puede verificar que dicha cita no está en el “párrafo siguiente”, como asevera, sino a ¡46 párrafos! de distancia, en un contexto totalmente distinto, en la parte del Informe que se ocupa de las actividades de la CIA posteriores al golpe militar (2. CIA Post-coup Activities in Chile). Es decir, modifica adrede la cronología para asegurarnos que el “Ladrillo” fue financiado, antes del golpe de 1973, “en un 75%” por el gobierno estadounidense. Yo me reafirmo en que en ninguna parte de ese Informe se menciona eso.
Finalmente, en otra de sus desafortunadas comparaciones, Manrique convierte a Sergio de Castro, uno de los más brillantes economistas chilenos de su generación, en una especie de Vladimiro Montesinos del Mapocho. Para ser justos, el papel inicial (1973-1975) de De Castro, como el de los otros graduados de Chicago, fue mucho más modesto, como asesores y a cargo de funciones menores. En la misma obra citada por Manrique, De Castro define su primera etapa en el gobierno (antes de 1975) como una dedicada a “convencer” (Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart, Sergio de Castro: el arquitecto del modelo económico chileno, Biblioteca Americana, Santiago, 2007). De Castro, mucho antes que Friedman, estaba convencido de que Chile, si quería alcanzar el desarrollo, tenía que efectuar un cambio drástico en la estrategia económica. Para ello no interesaba quién estuviera en el gobierno, si Pinochet, Alessandri o el mismo Allende: “[Si] Salvador Allende me hubiera llamado para que le hiciera un programa, yo se lo hubiera redactado sin ningún inconveniente, pero siempre que ese y ningún otro fuera el programa a aplicar de verdad” (Id., p. 133). Tal vez esa fortaleza de convicciones en estos audaces discípulos y en sus maestros, fue lo que les proporcionó después su mayor satisfacción personal: que incluso los gobiernos de izquierda, después de 1990, continuaran aplicando con éxito sus mismos principios.
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