EtienneEl león se decía estar muy enfermo, pero el zorro había reparado en un detalle que se soslayaba: que las huellas de los animales que fueron a ayudar al enfermo abundaban, pero las huellas de los animales que debían de regresar del auxilio no existían.

Etienne de La Boétie recordaba esta fábula para explicar la novedad que por su tiempo (siglo XVI) se estaba dando: el nacimiento del estado moderno. ¿Un estado que procedía como el mañoso león pidiendo ayuda como un pretexto para atrapar a sus víctimas? ¿Esa es la manera como desde el poder se entiende el auxilio y la solidaridad?

El joven de La Boétie vislumbró rápidamente esa forma de proceder. Y digo joven porque (según su amigo y albacea literario Michel de Montaigne) no pasaba los veinte años cuando redactó su Discurso de la servidumbre voluntaria en 1549. Y lo hizo porque le causó un tremendo impacto el modo como procedió en ese mismo año Enrique II ante el reclamo de los campesinos de Guyena. ¿Y qué reclamaban los residentes de esa antigua provincia del sureste francés? Los excesivos impuestos.

Obviamente, Enrique II hacía de león. ¿Los campesinos de Guyena eran los zorros? No, ellos eran los incautos que de buena fue en algún momento decidieron auxiliar al falso enfermo y hacerse ciudadanos franceses… ¿O los hicieron ciudadanos franceses a la fuerza, por pura solidaridad? Como sea, cuando los campesinos se percataron que había un proceder abusivo sobre sus existencias, intentaron manifestar su oposición empleando los mecanismos institucionales que las comunas empleaban desde hacía siglos.

Cabe resaltar que en el orden corporativista bajomedieval los estamentos eran parte primordial de una constitucionalidad que no conocía un único y todopoderoso señor. Ese don sólo lo tenía Dios. La comuna era en sí una comunidad política que se ceñía al esquema conciliar, que confluía en un republicanismo que dejaba en claro que estaban al margen del poder centralizado y vertical.

De La Boétie advirtió el cambio. Él era el zorro. Y lo advirtió al sólo ver la brutal represión contra los campesinos. No había precedentes. Enrique II quería demostrar con esa inusitada violencia quién era el que mandaba. Fue un criminal alarde (de saqueo, destrucción y muerte) que dedicó a sus directos competidores políticos: la aristocracia, los burgueses y el campesinado. Innegablemente, todo ello se dio luego de la disolución del Parlamento, la institución democrática por excelencia.

Comparada con la civilización que parió al propio Renacimiento, esa calidad del ejercicio del poder era una completa novedad. Las ciudades-repúblicas que alumbraron la larga noche que significó el colapso de Roma no supieron de portentos de esa especie. Los emperadores y reyes les eran extraños. ¿Qué sabían estos magnates de hombres libres y economías en expansión? Sin duda, se estaba ante un fenómeno inédito: los ignorantes de la civilidad serán los ahora que civilicen.

(Reproducido en Diario Altavoz.pe)

(Reproducido en el Blog de Unión Editorial)

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