Paul Laurent

alejandroUna vez le pregunte a un por entonces joven profesor de derecho constitucional si lo que él llamaba “derechos sociales” podían operar sin colisionar con las libertades civiles y económicas. El novel catedrático me miró, sonrió y me dijo al vuelo mientras salía del aula: ¡pero si esos derechos están tratados en la Constitución en un rubro diferente al de los demás derechos!

Ese estudiante, y ahora columnista, es el mismo liberal ignorante, afiebrado y fuera realidad que veinte años después Alberto Vergara encuentra insistiendo en el mismo tema: ¿se puede hablar de derechos al margen de los derechos de la gente? ¿Por qué ese desprecio por la economía, que sólo es una manifestación de las libertades? ¿Qué se entiende por ella? O mejor dicho: ¿se la entiende?

Que alguien se fastidie porque se le pregunte si es que se puede entender la cleptocrática reforma agraria de Velasco sin su militarismo, bravuconería antidemocrática, represión política, censura a la prensa, deportaciones y el inicio de un alongado período de déficits fiscales, inflación y carestías, es altamente sintomático. Si no se comprende a cabalidad qué es lo que son las instituciones (lo que le permitió a Velasco ejecutar su programa socialista no-alineado), entonces estamos ante un serio problema del que no entiende que ese tipo de procesos de compulsiva “fabricación de ciudadanía” no encaja con el discurso de quien se dice liberal.

Parece que se olvida (o nunca se supo) que el liberalismo no responde a exigencias utilitarias. Los liberales no abogan por la libertad porque con ella la gente se puede hacer más fácilmente rica, sino que apuestan por la libertad (el no estar sujeto a coacción de terceros) porque la consideran un principio moral básico. Exactamente aquello que Nelson Manrique juzga como pura ideología, David Rivera de ignorancia,  flojera (o escasez) mental para procesar más allá de cuatro ideas elementales, de ideologización extrema y Vergara de demasiada confianza en la teoría y en ciertos filósofos. Por lo mismo, hablar de políticas liberales desde el estado es tan absurdo como hablar de un estado liberal, esa ingenuidad del liberalismo clásico que acabó devorada por el Leviathan que decidió hacer valer su animalidad.

Quizá en la anécdota (o fábula) del diálogo entre Diógenes y Alejandro Magno esté inserta el ideal de lo que el liberalismo busca del estado. Ante el insistente requerimiento del macedonio de qué es lo que el filósofo quería de él (que estaba presto a dárselo sin dilación), Diógenes fue categórico: que te apartes y no me hagas sombra. Pero si lo que se busca es la alquimia que dar vida a un estado benefactor sin tocar derechos de la gente, los émulos del sensual alumno de Aristóteles estarán de plácemes. ¿Esos serán liberales? Si lo son, también califiquemos como tales a los que no muerden a la gente en la calle.

(Publicado en Correo, el 08 de febrero de 2013, p. 9)

Share This