Paul Laurent
Entre nosotros volver a lo cotidiano es volver a quedar a merced del próximo arrebato del político de turno. Nuestra dependencia con respecto a estos campeones del cada vez más gaseoso “bien común” es lamentablemente muy elevada.
Así es, debería llamar a la reflexión que este tipo de personajes sean capaces de movilizar a casi seis millones y medio de personas con el fin de que voten obligatoriamente sólo porque alguno de ellos no está dispuesto a esperar un par de años más para candidatear.
El que a los impulsores de la revocatoria no les haya importado un ápice romper el cotidiano día a día de la gente y distraer recursos del tesoro público para sus delirios informa claramente el tipo de institucionalidad que tenemos. En pocas palabras, estamos ante unas reglas de juego que entregan la existencia de la inmensa mayoría de los peruanos a los humores de quienes no asumen que esa inmensa mayoría tienen una vida que requiere de normalidad.
Al parecer, esa normalidad no la entienden algunos “anormales”. Vista las cosas desde el prisma de estos últimos, es obvio que la política no está para proteger nada. Y ello porque desde la vertiente exclusivamente estatal el comportamiento del político sólo es equiparable al de los propiamente antisociales.
Como el delincuente, el político también necesita de víctimas de quien vivir. En cambio, los demás (los que no son ni políticos ni delincuentes) viven de lo que producen tanto para directo beneficio suyo como el de sus semejantes. Y si en estos últimos asoma algún interés por lo público, ello siempre irá en directa empatía con su normalidad, esa normalidad que tanto los autoproclamados “justicieros” como los ladrones suelen estropear tan fácilmente.
El haber llevado a empujones a los electores para que revoquen a una autoridad sin mayor motivación que la que indica que la Constitución lo permite es sumamente peligroso. Las tonterías de otros (el que un irresponsable hombre de izquierda haya promovido en su momento la institución de la revocatoria) no hacen que los que usan esas tonterías (los otros irresponsables) se conviertan en genios, ni mucho menos en grandes demócratas.
Si en su momento alguien gana una elección, una figura como el de la revocatoria sólo servirá para torcer esa decisión del electorado. Sin duda se estará ante un problema que trascenderá al anacrónico tema de izquierdas y derechas. Se corre el riesgo de estropear lo que tanto ha costado alcanzar: una elemental pero relevante estabilidad política que ha permitido la estabilidad económica.
Torpemente, es abrir la puerta de las posibilidades infinitas a los que siempre han tenido la imposibilidad de comprender que la inmensa mayoría de personas se mueve a través de límites. Al respecto, la factura a pagar puede ser inmensa. Crear un ambiente de gratuita maledicencia y ofuscación nunca es lo más sano para una sociedad que únicamente aspira a vivir sin mayores sobresaltos.
Por todo lo indicado, es imperioso que el voto sea realmente un derecho (que no sea obligatorio), que se elimine la revocatoria o se le cargue de mayores requisitos para proceder, que Lima centro tenga su propia administración municipal y que las autoridades locales sean elegidas con la lógica de una licitación para ejecutar obras y mantener limpia y ordenada la ciudad.
(Publicado en el Diario Altavoz.pe)