El economista Walter Puelles me hace un alcance. Me ofrece una extensa cita de Ludwig von Mises en el que abiertamente demanda que los liberales sumergidos en sus libros salgan a flote y participen en política. Acaso el gran economista austriaco reparaba en los peligros de una de las leyes de la física aplicada a la política: todo espacio vacío tiende a ser llenado; si no lo llenan los buenos, lo llenan los malos.
Desde ese horror vacui Mises escribirá en Liberalismo (1927) lo siguiente: «Se ha acusado siempre al liberalismo de ser demasiado intransigente; de rechazar invariablemente toda fórmula transaccional. Esa falta de flexibilidad le ha hecho perder la partida frente a los variopintos idearios anticapitalistas que por doquier han surgido. Su influencia todavía sería apreciable si se hubiera percatado a tiempo de la trascendencia que la habilidad, emparejada con la prudencia, tiene para ganarse el apoyo de las masas al emplear los eslóganes en boga. Los liberales, sin embargo, no se preocuparon tan siquiera de crear una máquina partidista, como, en cambio, hicieron todas las facciones anticapitalista de uno y otro color. Desdeñaron las tácticas políticas, lo mismo en las campañas electorales que en las actuaciones parlamentarias, despreciaron el oportunismo y la contemporización. Tan obstinado doctrinarismo fue su quiebra; lo que, en definitiva, dio lugar a la derrota del sistema.»
Pongamos en contexto a Mises. Redacta esas líneas en el momento cumbre de los partidos ideológicos y de las grandes transformaciones sociales a partir de la acción estatal. Corporativismo y socialismo, reivindicación de clase y de raza son las peticiones principales. Es la hora estelar del estado totalitario y de las economías cerradas antes que del internacionalismo y los mercados libres. Desde ese panorama, ¿dónde quedaba el liberalismo?
Obviamente un programa que reivindica los derechos individuales, la propiedad privada y el librecambio (los contratos entre particulares) no tenía cabida. Contra ese mundo los idearios socializantes de izquierdas y derechas se habían alzado. Y lo liquidaron, dando paso a una civilidad centrada en la predominancia de un estado recreado para dar vida a las utopías más delirantes. Exactamente aquello que el liberalismo no estaba en condiciones de construir, pues el núcleo de su promesa se centraba en velar el dejar hacer y dejar pasar de la gente. Así pues, frente a los idearios anticapitalistas el liberalismo no tenía nada que ofrecer. Si la gente quería el paraíso en la tierra, el credo liberal no tenía cómo dárselo, iba contra sus premisas más elementales.
A partir de lo indicado, bien se puede decir que las palabras de Mises se enmarcan dentro de una actitud de pura desesperación. La desesperación de un ser plenamente consciente de lo que estaba sucediendo en esos instantes, donde el que más sentía fascinación por las dictaduras y la violencia antes que por la democracia, el respeto a las normas y la paz. Por ende, el ideario liberal se quedó sin auditorio. Simplemente la demanda de los consumidores de ideas apuntaban por las emociones fuertes.
Quizá el que el propio Mises no haya hecho caso a su propio llamado de 1927 lo diga todo. Como Hayek, él prefirió dar lo mejor de sí en el campo intelectual. No en vano fue Mises el que dijo que las ideas y sólo las ideas pueden iluminar la oscuridad.
Felicitaciones, me gusta tu escrito.