¿Es serio concluir que Ludwig von Mises le hace guiños al fascismo cuando escribe en Liberalismo (1927) que los dictadores fascistas han salvado, de momento, la civilización europea. La historia no les regateará tales méritos? ¿Es válido concluir ello omitiendo el final del párrafo de donde se cita además de apartarse de todo lo que ofrece el libro, el propio contexto en el que fue escrito y de la advertencia del mismo autor?

Treinta y cinco años después de publicada la primera edición alemana del referido ensayo, Mises hizo una advertencia para la traducción al inglés (en 1962) de dicha obra con estas palabras: toco a veces los temas de tal modo que sólo resultan comprensibles y justificables teniendo presente la situación política y económica de aquel momento.

¿Cuál era ese momento? Obviamente, no era otro que el de la convulsa década de 1920. Por entonces la demanda por “soluciones radicales” confluían en un mismo punto: la necesidad de un estado altamente intervencionista y exento de los frenos legales. Son los días en los que imperan los argumentos utópicos, futuristas, vanguardistas, nacionalistas, fascistas y bolcheviques. Ni por asomo hay liberalismo, parlamentarismo o mero apego a los usos de la democracia. Todo esto se tuvo como caduco desde antes de la revolución rusa, y con mayor razón después de ésta.

Claramente son tiempos de furia y de desesperación, lo que aumentó luego del colapso de la civilización liberal decimonónica provocado por la Primera Guerra Mundial. Un sentir que no se aplacará sino hasta después de 1945, cuando emerja un liberalismo altamente dependiente de las decisiones burocráticas antes que la de los ciudadanos y los mercados.

Que personajes como Sigmund Freud se encandile con Mussolini y Henri Barbusse con Stalin sólo nos habla de la apuesta por el arribo del  “hombre providencial” que liquidaba el orden político precedente. Un ponzoñoso virus que se extenderá hasta la década siguiente, donde los liberales europeos se verán en la encrucijada de decidir entre fascismo o comunismo. Como se sabe, la opción mayoritaria fue la de apostar por los frentes populares monitoreados desde el Kremlin. Para Hugh Trevor-Roper esa postura le hizo rememorar a los erasmistas del siglo XVI y XVII, quienes se afiliaron al intolerante calvinismo en su desesperación por escapar del fiero contrarreformismo católico.

Liberalismo sale a la luz en un ambiente que olía a pólvora. En ese sentido, Mises nadaba contracorriente. Las novedades editoriales iban por una senda muy diferente. Al respecto Georges Steiner recogió los textos más significativos para el lector culto en lengua alemana de la época. Su lista comienza con Espíritu de la utopía (1918) de Ernst Bloch y termina en los dos volúmenes Mein Kampf (1925 y 1927) de Adolf Hitler. En medio estaban La decadencia de Occidente (1918-1922) de Oswald Spengler, los comentarios de Karl Barth a la Epístola a los romanos de san Pablo (1919), Estrella de la redención (1921) de Franz Rosenzweig y Ser y tiempo (1921) de Martin Heidegger.

No está de más decir que estos y otros libros violentos (Steiner dixit) fueron éxitos de ventas. El grueso de la producción bibliográfica tanto en el mundo germanoparlante como en el resto de Europa no era distinta. Los escritos místicos y antiliberales se imponían.

Ese es el escenario donde Mises buscó rescatar un liberalismo del que —como remarcó en el prefacio inglés de 1962— prácticamente ya nadie se acuerda. Y es desde esa misión autoimpuesta que completa su apreciación sobre el por entonces hegemónico fascismo anotando que éste, al final, no prevalecerá. Es tan sólo una pobre solución de emergencia y gravemente se engañan quienes de otra suerte piensen.

Esta última parte es la que mi estimado Farid Kahhat (reconocido internacionalista y profesor universitario) no recordó al momento de recrear un Mises cediendo al fascismo italiano. En la traducción que leyó (la de Juan Marcos de la Fuente, que lo tradujo de la versión alemana de 1927) de seguro encontrará este otro final: Pero la naturaleza de la política [del fascismo] que por el momento ha producido efectos positivos no es tal que pueda prometer un éxito duradero. El fascismo fue un arreglo provisional; pensar que es algo más sería un error fatal. Sin duda lo de los efectos positivos del fascismo es porque innegablemente sirvió de freno a las asonadas de los comunistas que se daban por doquier, lo que fue aprovechado por la propaganda estalinista para inventar burdamente una ligazón entre fascismo y capitalismo.

Por lo dicho, ¿dónde está el motivo de vergüenza para los liberales que siguen a Mises? Si el afán es dibujar la caricatura de un Mises incoherente y fácil de sucumbir al fascismo, esa caricatura sólo es posible mutilando párrafos como el indicado. Y si con ello se busca abonar en un liberalismo que más apunta a lo económico que a lo político, esa observación también sólo es dable bajo el mismo proceder mutilador dado que para Mises (y para F. A. Hayek) librecambio y democracia son las caras de una misma moneda.

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