Terminando de leer el libro Cómo piensan los “indios” (2019) del académico argentino Gonzalo Lamana, reviso la bibliografía y me detengo en una provocadora errata: Gustavo Gorriti figura como autor del libro En busca de los pobres de Jesucristo.

El error es palmario, pues el texto es del padre Gustavo Gutiérrez. Pero toparme con un yerro donde al “sumo pontífice de los caviares” (como la “derecha” dixit) se le confunde con el famoso líder filomarxista de la teología de la liberación me invita a evocar la estirpe del pensamiento “progresista” en el Perú.

Así es como nos deslizamos por el campo minado de los que “hablan por los que no tiene voz”. Los predios de los que defienden a los “débiles” coligiendo que esa debilidad les impide expresarse, moverse o huir. Desde los días de Bartolomé de las Casas (siglo XVI), una “debilidad” que es tenida como don angélico. Obviamente en la realidad los “débiles” y “mudos” no son mudos ni tan débiles, menos angélicos.

Desde Las Casas (quien nunca llegó al Perú) hay por estas tierras una vieja tradición de moralistas que no dudan en exigir justicia más allá de las consecuencias. He aquí un sello de distinción de añeja traza evangelizadora que en el presente se confunde con un tipo de “progresismo” que no quiere oír de salidas prácticas, sino sólo de las que saben a intransigente dignidad.

La impronta de un determinado discurso católico se impone. En él no hay cabida para corrupción alguna. ¡Ni la más mínima!, podría decir algún émulo de maximalistas morales como Savonarola. La perfección es el norte a seguir. Por lo mismo, la más tímida sombra de codicia espanta. No se asume que el aire que es esencial para la vida es el mismo elemento que le otorga al fuego su poder destructivo.

Éste último aserto es de James Madison, para quien la ambición debe ponerse en juego para contrarrestar a la ambición. Por ende, los ásperos intereses en pugna son de más provecho que los buenos y blancos deseos. En ese sentido, no hay que anularlos. Los EE.UU. se fundarán bajo ese criterio.

Los comportamientos egoístas no sólo no son ajenos al buen gobierno, sino que son tan inevitables como necesarios. Por ello de la importancia de un marco institucional que los canalice en provecho de la sociedad. Empero, la opción de nuestros “guardianes de la moral pública” siempre fue la de la total abrogación de la corrupción.

Esta es una historia vieja, pero no aprendida. En su día las ideas de Las Casas se tradujeron en la tajante prohibición de que los indios laboren en diferentes emprendimientos privados. No se quería que se les explote, siendo que se les tuvo como incapaces para vender su fuerza de trabajo. Curiosamente los primero en celebrar dicha medida fueron los productores de paños de España, dado que así eliminaban a una competencia casi invencible por la calidad de sus textiles. Desde entonces, todos somos víctimas de los “moralmente superiores”, y de la estirpe caviar. 

(Publicado en Contrapoder, suplemento dominical del diario Expreso, Lima, 12 de junio de 2022, p. 2)

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