¿Por qué Mauricio Macri no pudo hacer en Argentina los cambios que Alberto Fujimori hizo en Perú?

Quizá el que su nación tenga 3.6 millones de empleados públicos (de una masa laborar total de 9.6 millones) y 6.8 millones de pensionistas diga algo. Para comenzar, quiénes dependen del estado y quiénes no.

Esto nos lleva al campo minado de los “cambios radicales”, hasta hace poco monopolio de la izquierda. El discurso desaforado y rupturista de Javier Milei en el escenario argentino se explica por estos motivos, un autoproclamado libertario que promete hacer volar por los aires el banco central y liquidar a la “corporación política chorra, parasitaria e inútil” de su país.

Por lo mismo, ¿cómo explicar la elección de Pedro Castillo en el Perú que Fujimori reformó? ¿O no dice nada que sea parte de la planilla del sector público, en su caso del rubro docente? ¿Cuántos profesores le dieron su voto en la esperanza de un beneficio? Por lo mismo, ¿por qué capturar un puesto público (o una consultoría, como lo hemos visto con una ex ministra de izquierda) ha terminado por ser una forma de emprendimiento?

A tres décadas de las reformas de los noventa, la capitalización de la sociedad peruana muestra una paradoja: los que lamentan esas medidas y plantean volver al estadio previo a las mismas son los principales beneficiados de un estado con recursos antes sólo soñados.

Esto último a tal grado que muchos incluso acceden a cargos de representación política vía elecciones. Situación alarmante, ya que habla de la magnitud del involucramiento que tienen estos sectores dentro del campo de las decisiones políticas. Sitial desde donde tienen la capacidad de torcer los presupuestos para su provecho (el personal como de los “suyos”). Así es como se capturan diferentes dependencias estatales, sea como empleados, como beneficiarios de licitaciones, de concursos públicos y consultorías.

Como consecuencia lógica de este sinuoso discurrir, se tienen legiones de profesionales titulados en universidades de dudosa reputación, con dudosos postgrados incluidos directamente obtenidos para atrapar todos los nichos laborales posibles. Un submundo de profesionales hechizos al que hoy pertenece el mismo presidente de la república, ministros de estado y funcionarios de todos los niveles.

Si antaño había que mostrar el carnet del partido de gobierno para conseguir un empleo en el estado, hoy la contraseña son los “títulos universitarios”. A quien se le ocurrió pedirlos —para mejorar la calidad de la administración pública— olvidó que en un país donde el puesto fijo (en planilla y con todos los “derechos sociales” incluidos) es bien muy escaso, podía alentar un mercado para “ayudar” a cumplir los requisitos para obtenerlos. Ello sobre todo si el jefe de personal es amigo o pariente.

Como decía Francis Bacon, si un país tiene demasiados caballeros la gente común será ruin. Y él fue uno de ellos, con prisión incluida. En términos de Milei, esta es “nuestra casta”. Un peligroso ejército de pedigüeños que han convertido el servicio público en un cupo laboral.

(Publicado en Contrapoder, suplemento dominical del diario Expreso, Lima, 24 de julio de 2022., p. 2)

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