No obstante, su fragilidad —la más de las veces aparente—, las ideas son también instituciones. La prueba de ello es que ninguna sociedad puede eludir las consecuencias que ellas imponen. Como Ludwig von Mises sentenció, son ellas las que iluminan la oscuridad. Pero como el mismo Mises comprobó a lo largo de su vida, también son ellas que pueden destruir, convertir todo en escombros y sumirnos en la oscuridad.

El peso de la religión se debe a ese factor bifronte. Y si durante los últimos cinco siglos ha habido un visible freno a los efectos deletéreos del mero creer, se debe a la irrupción del individuo. Coincidentemente el cogito ergo sum (pienso, luego existo) de Descartes nació en ese tiempo altamente cargado de singularidades, las que escaparon a sangrientas guerras por cuestiones de fe, intolerancias y utopías inciviles por doquier.

Cuando imperaba el teocrático creo, luego existo, pensar de forma independiente olía a subversivo. Mas con la emergencia de ideas que bullen de esta matriz subjetivista, ya nada es sagrado. Todo se cuestiona, en especial lo hasta entonces tenido como incuestionable. Palmariamente la atomización del saber irá de la mano de un orbe dinámico a la vez que inasible, pero no por esto indestructible. Bien se puede decir que su fuerza va atada a su fragilidad.

Es el poder de la razón frente a la violencia del bruto. Acaso el rapto de una inexplicable furia que sorpresivamente arremete contra una desprevenida inteligencia. Ello acontece con las simples personas como con los colectivos. Si una mala idea es capaz de derribar los cimientos de una nación próspera, una buena idea la ayudará a levantarse. ¿No es eso lo que se suelen ver en las políticas públicas pro mercado y en las propias constituciones liberales, si es que son aceptadas por la ciudadanía? Porque, al fin y al cabo, siempre será la población la que decida.

La gente como juez último y definitivo de una buena o mala idea va más allá del afecto por la democracia. Como lo saben los opositores de las más fieras dictaduras, los que imponen violencia solo imperan si es que tienen el apoyo de las mayorías. Estas serán las que tengan la última palabra. No hay régimen al que no le urja contar con un consenso ciudadano a su favor. De ese apoyo se nutren. De ahí de la importancia de los que cometen el atrevimiento de retar a ese consenso con sus “descubrimientos”. Desde este rubro, ¿cuántos sucumbieron, quedaron en el camino o simplemente fueron liquidados por ir contra corriente?

Empero, el esfuerzo nunca es en vano. El aporte de quienes se arriesgan a disentir y a ofrecer novedades rara vez cae en el vacío. Por ende, es difícil asumir que el que logra el reconocimiento público con un invento lo haya creado de la nada en todos sus extremos. Todo es producto de experiencias previas, de pretéritos acumulados diría José Ortega y Gasset, de contribuciones que en su día carecieron de impacto pero que silenciosamente fueron socializadas.

Las iniciativas emanadas desde la marginalidad son más comunes de lo pensado. Sin embargo, se suele creer que las provenientes de las élites convencionales (sean las de entidades gubernamentales, académicas o empresariales) son las relevantes. Con todo, será la gente la que las consagre por medio de su uso hasta el grado de romper paradigmas y colocarlas en un lugar de preeminencia. Justo lo que vemos en los textos de Carlos Alejandro Dávila Núñez, una serie de experiencias vitales e intelectuales de personajes poco o nada conocidos que tuvieron maneras disruptivas de ver las cosas en sus —las más de las veces— “pequeñas comunidades” (pero lo suficientemente integradas en el competitivo orbe de las inteligencias como para trascender).

Gracias a estos seres casi anónimos y remotos, el conocimiento humano ha logrado beneficios mayúsculos. Por lo mismo, las breves notas que este pequeño libro recoge representan fragmentos de un caudal de conocimiento relegado que —desde el sabor de lo anecdótico— han erigido el camino de la ilustración.

(Publicado en Carlos Alejandro Dávila Núñez, Espíritus del tiempo, Quimera editores, Arequipa, 2023, pp. 9-11)

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