Empleando un título extraído de La democracia en América de Alexis de Tocqueville, en marzo de 1944 sale a la venta en Inglaterra Camino de servidumbre (The Road to Serfdom) de F. A. Hayek. Pocos días después (9 de abril), aparece en el semanario de izquierdas (laborista) The Observer una breve reseña firmada por un periodista y escritor aparentemente desordenado y vagabundo, excombatiente republicano en la guerra civil española (donde una bala le dio en el cuello) y antiguo militante trotskista: George Orwell.

Menos de una década atrás (a fines de 1936), Eric Blair (su verdadero nombre) había sido advertido en París por Henry Miller que ir a España era una idiotez. Pero para 1944 su visión sobre los acontecimientos había sufrido un definitivo viraje intelectual.

Será en ese “cambio de piel” que Orwell comente a Hayek, quien a su vez pasaba de la economía pura a la teoría política. En el caso del por entonces profesor de la London School of Economics, no se estaba ante ningún viraje ideológico. Su ideario se había forjado en su juventud, a poco de regresar del frente italiano (durante el fin de la Primera Guerra Mundial) e ingresar en la Universidad de Viena. Es más, el argumento nuclear de Camino de servidumbre (que la planificación económica era incompatible con la democracia) había sido publicado con bastante anterioridad (en abril de 1938 en la Contemporary Review). Llevó por título «Freedom and the Economic System».  Un texto que surgió en los preparativos del coloquio que Walter Lippmann organizó en París motivado por la traducción que Louis Rougier hizo de su ensayo An Inquiry into the Principles of the Good Society, aparecido un año antes (1937). Hayek le había alertado a de Rougier de la existencia del libro. He aquí un encuentro liberal que antecedió a la Mont Pelerin Society.

En cuanto a Orwell, estamos ante un hombre que ya pasaba los cuarenta años de edad y que llevaba a cuestas una gran desilusión. Puntualmente un desengaño tan profundo que lo empujará a redactar los textos que lo harán famoso (Rebelión en la granja y 1984), pero apostando por un “socialismo democrático”. En una atmósfera sobrecargada de estalinismo, su nueva postura política colisionaba con lo que los intelectuales ofrecían por doquier: el control estatal de la economía y la sociedad.

La reseña de Orwell en The Observer no sólo recogía la noticia de la aparición del libro de Hayek, sino también de otra novedad editorial: Mirror of the Past del parlamentario Konni Zilliacus, a quien posteriormente Orwell denunciará como criptocomunista. Mas su opción es clara, pues indica que de los dos libros, el del profesor Hayek es quizás el más valioso. Y lo es porque las opiniones que presenta están menos de moda en este momento que las de señor Zillacus.

La tesis de Hayek de que el socialismo conduce inevitablemente al despotismo llamará su atención. El que remarque que los nazis pudieron hacerse del poder en Alemania gracias al previo trabajo intelectual de los socialistas le convence. Sabe de sobra que para ambos bandos el estado de derecho, la división de poderes, la libertad contractual, la propiedad privada y los mercados abiertos son estorbos. Eso es lo que resaltará Orwell, no sin dejar de lado su recelo contra la apuesta de Hayek en favor de la libre empresa. Alejado de cualquier ilustración en materia económica, para Orwell esta ciencia le era un juego de suma cero, donde si alguien “gana” es porque otro “pierde”.

Sin duda el impacto de la crisis de 1929 acompañó a Owell. La visión de un mundo dejado a las fuerzas del mercado lo invitó a ligarlo con los ejércitos de desempleados, las quiebras financieras y la hegemonía de los grandes trust empresariales. Unos hechos que liberales como Hayek vieron como resultado de un estado interventor antes que como resultado del laissez-faire. Al fin y al cabo, ¿no es desde el gobierno que se suelen crear monopolios? En un sistema de libre competencia ellos sólo pueden existir si tienen el favor de los consumidores. Pero si se imponen como decisión política, subsisten más allá de las preferencias del mercado.

Obviamente el optimismo de Hayek en la libertad capitalista no fue compartido por Orwell. En ese rubro, procede como el que más. Sin mayores armas intelectuales que la del limitado y tramposo sentido común, la convicción de que la economía es un orden dado de antemano y no un proceso abierto deja sus premisas estatistas intactas. Aunque ahora es un militante socialista en vías de desmagificación, ello no le alcanza para ir más allá de lo que en apariencia es ese campo. Un campo donde Hayek es un experto.

Donde sí ocurre una aproximación mayor entre el escritor inglés y el pensador austriaco es en el ámbito de los forjadores de opinión pública y de difusión de ideas políticas. Ahí las coincidencias son palmarias, siendo que las denuncias de Orwell sobre el mainstream intelectual británico encajaban perfectamente con la postura de Hayek sobre el tema. Para el futuro Premio Nobel de Economía de 1974, los intelectuales de ese momento abonan en favor del totalitarismo. Pedagógicamente, esa es la razón de por qué dedicó su libro de 1944 a los socialistas de todos los partidos.

Se puede decir que la vieja denuncia de Julien Benda sobre la traición de los intelectuales de 1927 volvió a la carga, pero ahora en clave hayekiana. Y con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. Por lo mismo, ¿qué tanto hay de Hayek en La rebelión en la granja y en 1984? La interrogante es válida, pues Orwell (enfrascado en denunciar el partidismo filosoviético del grueso de los intelectuales británicos, ganándose la acusación de fascista) le dedicó el segundo semestre de 1944 a componer su fábula antiestalinista donde acontece una revuelta que logrará que todos los animales sean iguales entre sí, pero donde algunos serán más iguales que otros. Justo lo que Hayek advirtió en su empeño de un resurgir liberal.

 

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