Paul Laurent, La política sobre el derecho. Los orígenes de nuestra frágil institucionalidad, Nomos & Thesis/Asociación Defensa Cívica, Lima, 2005, 139pp.

¿Por qué el Perú se halla en esta postración? ¿Es solo casualidad o mala suerte? ¿Acaso estamos condenados a padecer sempiternamente los infortunios de la demagogia y de la corrupción? ¿Qué es lo que nos impide a los peruanos escapar del subdesarrollo y abrazar los valores de la civilización? Para el autor de este breve ensayo la respuesta es simple y contundente: la primacía de la política sobre el derecho es la principal culpable de nuestros males. Ciertamente ello es defecto de toda Latinoamérica, pero es particularmente en nuestro país donde la dimensión de lo político arrastra toda una gama de oscurantismos y absurdos que nos dan un tinte muy “singular” y “místico”.

No es para sentirnos orgullosos, pero esta tradición de querer remediarlo todo desde el poder define buena parte de lo que somos. Sino cómo explicar que desde la primera hora fundacional se haya decidido suspender la Constitución en aras de un Caudillo, de un Dictador. Ello fue lo que aconteció el 12 de noviembre de 1823 cuando se promulgó nuestra primera carta magna como república soberana e independiente. Ni bien fue proclamada en el acto no se hizo otra cosa que confirmar aquella traza antirrepublicana y premoderna que nos adorna. Al día siguiente, y por obra y gracia de los propios constituyentes, se la dejaba sin efecto en favor de las novísimas facultades otorgadas al “iluminado” Libertador (don Simón Bolívar).

Tal propensión nos terminaría girando un factura que hasta el presente no la dejamos de pagar. La hegemonía de lo político por sobre los derechos y la propiedad es lo que nos coloca en orfandad institucional. No hay nación que pueda llamarse próspera y civilizada si es que no se adhiere por lo menos a lo básico de los valores del constitucionalismo y del libre mercado. Ya suficiente se tiene con los folklóricos atavismos que se blanden con el exclusivo fin de enrostrar una ancestralidad que pareciera zurrarse de lo que Occidente y la globalización le ofrecen como para negar la importancia del derecho y las libertades. Así, la propuesta inserta en estas páginas es franca y directa: o continuamos dejando que otros nos “hagan” la vida o somos nosotros mismos los que nos encargamos de conducirla por nuestro propio presente y futuro.

 

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