expertosQue el grueso de la intelligentsia no se entere de cómo ni por qué las “políticas públicas” que propone destruyen economías es no comprender a cabalidad el tipo de instituciones que subyacen en una ciudadanía forjada desde el mercado. Empero, tampoco es comprender el nivel de poder que tiene la propia institucionalidad que les permite proceder como “bárbaros Atilas”.

Concretamente, no advierten del monstruo que sus ocurrencias muy bien pueden crear. Así pues, el grueso de los que reclaman mayor asistencialismo (“inclusión”) no reparan en el nivel de arbitrariedad que necesitan tener para que sus anhelos de “justicia social” se conviertan en ley.

Obviamente, sin un marco institucional sólido todo es feble. En esa medida, lo que el socialprogresismo requiere para dar vida a sus (las más de las veces) faraónicos proyectos (los que ningún turista del futuro gozará) es contar con una institucionalidad endeble, que les permita alterar fácilmente la certidumbre y predictibilidad que los auténticos portadores de derechos requieren en la vida diaria.

Como vemos, no es poca cosa. Los modernos arquitectos de Tutankamón siguen siendo un peligro. Aun insisten en tratar como materia disponible al que más. No superan el detalle que los tiempos de agarrar a latigazos al esclavo que escapaba de sus gritos y órdenes ya pasaron.

Cierto, con seres humanos en capacidad plena de decidir libremente su existencia (por el sólo hecho de tener derechos y vivir a su cuenta y riesgo) el fiero rigor de los “técnicos” y “expertos” no está en condiciones de imponerse. A lo mucho podrá sugerir, convencer, pero no imponer. De lo contrario, regresionamos. Volvemos a los días cuando los hombres hacían de bestias de carga, inclinando la cerviz ante la sola mirada del amo.

Tal es el riesgo de depender de una institucionalidad eminentemente política antes que de mercado. Si nos rigiéramos por esta última, la muy humana sensación de lo justo y de lo injusto de ligaría más a los lo constitucional que a lo puramente “técnico”, lo que puede ser cualquier cosa. Realmente, cualquier cosa si es que se le deja absoluta libertad.

La absoluta libertad debe de estar en el otro lado (en la gente), no en el poder del estado. Sólo de esa manera la convicción (la más de las veces silenciosa) de saberse poseedor de derechos estará inserta en la mente y sentimientos del que más a tal nivel que por sí misma se alzará como una sólida valla contra los delirios de los líderes políticos, intelectuales progresistas, técnicos y burócratas. Exactamente aquellos personajes que suelen descubrir “demandas insatisfechas” y “fallas institucionales” (las modernas pirámides) que hasta entonces nadie advirtió como imprescindibles para vivir.

Los efectos deletéreos de proceder fuera de lo derechos de las personas saltan a la vista. Ello es lo que ofrecen los que despotrican de las “fallas del mercado”. Indudablemente, unas “fallas” emanadas de unas teorías que a la vez ocultan las tangibles fallas de quien se dice debe de eliminarlas: el estado.

¿Serán las “fallas” de este último preferibles a las del mercado? Técnicamente hablando, la vieja retórica liberal constitucionalista (la que ligaba libertad económica con libertad política, librecambio con republicanismo y democracia) nunca las conoció. Y nunca las conoció porque en esencia su discurso no soportaba magistrados todopoderosos encargados de combatirlas.

(Publicado en Altavoz.pe)

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