Mi primera aproximación a la escuela austriaca de economía fue en 1990, cuando ingreso a la Universidad de San Marcos en un escenario hiperinflacionario no sólo con relación al envilecimiento de la moneda, sino también con respecto a la galopante corrupción, el desgobierno y el auge del terrorismo. La propia ciudad universitaria reflejaba lo que era el país: sucia, con las paredes atiborradas de pintas subversivas y plagada de apocalípticos oradores.

Desde 1987 (con apenas 15 años) el discurso en favor de la libre empresa y del gobierno limitado por la ley que Mario Vargas Llosa expuso por todo el país para frenar el intento del gobierno de García Pérez de estatizar la banca, había prendido en mí. Al fin y al cabo, Vargas Llosa era mi referente. La importancia de su enfrentamiento contra las izquierdas fue que ofreció un paquete de ideas que explicaban el por qué de la crisis que vivíamos a la vez que brindaba soluciones de mercado en lugar de las estatales. Todo un refresco ideológico y moral que iba desde privatizar el ineficiente servicio de recojo de basura de los municipios hasta vender el resto de las deficitarias empresas estatales e incluso darle plena autonomía al directorio de la seguridad social (la que hasta hoy depende del gobierno de turno, para tortura de sus más de 10 millones de afiliados).

Nada de esta novedad entró al claustro universitario. Ahí todo seguía como en los setenta, con docentes y una masa crítica de alumnos atentos al insulso debate de si el Perú era capitalista, feudal o semifeudal. Así pues, la academia no daba la talla. En ese sentido, el mundo extra universitario tenía mejores cosas que ofrecer.

Desde el primer día San Marcos me asfixiaba. Temprano testigo de como un alumno de sexto año de derecho fue amenazado con revolver en mano porque había osado arrancar un papelógrafo del grupo maoísta Sendero Luminoso y de como el grueso de los docentes y el alumnado compartían el ideario de la lucha de clases, mi viejo anhelo de hacer vida intelectual por cuenta propia se reactivó. Fue un mecanismo de defensa que me llevó a descubrir las nutridas bibliotecas sanmarquinas y a unos amigos igualmente fastidiados del deprimente panorama.

Entre estos últimos apareció una especie de “caza talentos” del Movimiento Libertad, el partido fundado por Vargas Llosa. Él (Mario Sánchez) nos abordó en el hall de la facultad y nos invitó a un taller sobre liberalismo que sería dictado en el local central de partido por Federico Salazar, Enrique Ghersi, Mario Ghibellini e Iván Alonso. Curiosamente sólo Ghersi seguía perteneciendo al Movimiento Libertad, pues los demás se habían apartado desengañados de la política. Este detalle me atrajo, pues la política en sí me causaba repulsión.

He aquí mi primer acercamiento a autores de la escuela austriaca como Ludwig von Mises y de Friedrich Hayek, quien aún vivía. Obviamente con mis amigos sanmarquinos quedamos fascinados, por lo que queríamos conocer más. Así es como uno de estos amigos (Favio León Lecca) le pidió a Federico Salazar si era posible profundizar en el tema. Para inmensa suerte nuestra, Federico asintió. A su sugerencia comenzamos (Favio y yo) con los filósofos griegos y con la Historia de la libertad de lord Acton. La búsqueda de ese y de otros libros de esta inicial etapa de aproximación al ideario de la libertad llamará la atención del bibliotecario de la Facultad de Derecho. Carlos Atocsa (el bibliotecario en cuestión) se dedicará a leer lo que leíamos (es decir, lo que le pedíamos). Tal es como su radicalismo de izquierda comenzó a diluirse, convirtiéndose con el tiempo en editor de la revista del Círculo de Estudios Ludwig von Mises: Ortodoxia liberal. Y hoy es propietario de la editorial Nomos & Thesis, nombre de clara evocación hayekiana.

Concluida la etapa de clases de historia y de filosofía (y de algunas sesiones de lógica con Ghersi), Federico nos propuso leer La Acción Humana de Mises. Las sesiones fueron en su casa, donde siempre el núcleo constante de lectores fuimos Favio y yo. Ocasionalmente se sumaban nuevos lectores, pero de modo inconstante. Lo que era comprensible si se tenía sobre la meza un intimidante libro de casi mil páginas. Al comienzo fueron dos o tres lecturas por semana, luego se redujo a una. Y ello en medio del toque de queda, más el peligro de cruzar la ciudad al borde de la media noche con el carnet de San Marcos como documento de identidad (a ojos de los militares los sanmarquinos éramos potenciales subversivos). Como solíamos conversar con Favio por entonces: realmente éramos unos subversivos, mientras que los demás sólo bregaban para mantener el status quo del estado como dador de felicidad.

Así estuvimos durante dos años y medio. Ese fue el tiempo que nos tomó estudiar la magnus opus de Mises, uno de los libros más representativos de la escuela austriaca. Producto de esta lectura es que nació el Círculo Mises en San Marcos. Como estudiantes de derecho y ciencias políticas, buscamos ofrecerle a nuestros compañeros una nueva visión de nuestras materias de estudio a través del debate y la conversación, y también por medio de una pizarra que ubicamos en el segundo piso de la facultad. En respuesta a esta pizarra, los simpatizantes y partidarios de Sendero Luminoso nos contestaban vía panfletos. Con todo, no tuvimos mayor recepción entorno a nuestro parecer de que la economía de la escuela austriaca otorgaba una perspectiva más amplia. En términos del profesor Huerta de Soto, una perspectiva auténticamente humanista.

En lo personal, ver citar a Mises a novelistas franceses me cautivó sobre manera. Por entonces los leía con avidez, por lo que asumí que mi interés por diferentes materias empataba con el abanico multidisciplinario que los autores de la escuela austriaca me ofrecían. Y ya que yo no venía de la economía, el reto de usar la economía en campos como el derecho, la filosofía y la teoría política me llenaba aún más.

Share This