Todo animal político es un cazador de oportunidades, y como megalómano nato no podrá desperdiciar aquellas ocasiones que le ofrezcan aplausos y vítores a raudales. Es de esos que siempre soñaron con ser un Piérola entrando a caballo por Cocharchas.

Para estos alocados seres toda su existencia terrena se justifica con el arribo de ese momento en el cual sólo él y nadie más que él (o ella) puede bridarse en holocausto. Aunque en su caso los que suelen ser sacrificados suelen ser otros. Por lo dicho, ¿no es esta crisis de poder uno de esos momentos que todo político anhela? Por ende, ¿dónde están?

A casi dos meses de las más serias protestas que el Perú ha vivido en su historia democrática, una de las cosas más notorias es la ausencia de liderazgos. El vacío es enorme… felizmente… No obstante el peligro de que el país se quiebre, no hay caudillo que asome.

Si a mediados del siglo XX se pensó que ese personaje que anarquizó América Latina luego de la independencia no iba más, los movimientos populistas y socialistas que irrumpieron lo rehabilitaron sin rubor. Con Perón y Fidel Castro (y posteriormente Hugo Chávez), el desgarbado caudillo adquirió el discurso de la “reforma social” que tuvo como principales enemigos al estado de derecho, la democracia, la propiedad privada y al libre comercio.

Lo que en otras latitudes es una figura que distorsiona lo político, aquí no hay (o no había) liderazgo político sin caudillaje. En países familiarizados con los golpes de estado y dictaduras, la política es solo captura del poder. De esa estirpe fue Velasco, un dictador glorificado por la progresía local al grado de evitar llamar dictadura a su dictadura optando por calificarla como “proceso”. Más a la izquierda, Abimael Guzmán atrajo a los más radicales de ese sector con su sanguinario mesianismo. Huestes a las  que Pedro Castillo otorgó recientemente espacios de poder, pero que sin embargo han evitado mostrarse abiertamente. Como se dice coloquialmente, les daba “roche” dar la cara.

¿Estamos ante el fin de este tipo de actores? La ausencia de líderes en las actuales protestas es tan clara como la calidad subversiva de estas. El que sea una manifestación de antidemócratas con afán de destruir la democracia lo explicaría, pero si vemos que en el propio campo de la formalidad política acontece ese hecho las señales son inequívocas: el caudillismo ha muerto.

¿Es el definitivo fin de nuestro “hombre providencial”? ¿De izquierdas a derechas, se apagan esos seres a los que la institucionalidad les estorba? Hoy lo que tenemos son histriones más modestos, menos enfermizos e innegablemente mediocres aunque igual de cínicos y cazurros.

Esto último en sí mismo no es malo. Puede ser un cable a tierra que demande que mejor sean las leyes y no los hombres los que imperen. Si sobrevivimos a la turbulencia presente, el “político ideal” bien podría virar de los aspirantes a tiranos al de la fría pero civilizada constitucionalidad.

(Publicado en “Contrapoder”, suplemento dominical del diario “Expreso”, Lima, 5 de febrero de 2023)

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