En un estudio que ausculta ochocientos años de historia económica neerlandesa (Pionners of Capitalism. The Netherlands 1000-1800, 2023), los profesores de la Universidad de Utrech Maarten Prak y Jan Luiten van Zanden responden a la siguiente aparente paradoja: ¿cómo una sociedad que aumentó significativamente su desigualdad alcanzó un elevado desarrollo material y moral para el grueso de su población?

¿No que la ampliación de la distancia entre los ricos y los pobres imposibilita ese logro? Como los autores resaltan, en los Países Bajos la predicción marxista de que el capitalismo sólo genera miseria no se cumplió. Observando significativos picos de desigualdad entre los años 1300 y 1800, ven igualmente una significativa ampliación de la clase media. Obviamente, con sus normas y valores burgueses a cuesta.

Ni siquiera la gran peste de mediados del siglo XIV frenó la crecida de su producto interno bruto, la que se dio en todos los sectores de la economía. Con el correspondiente aumento demográfico (atrayendo migrantes en cantidades hasta entonces desconocidas, salvo por guerras o catástrofes naturales), lograrán su máximo nivel de progreso en el siglo XVII. Es el momento en el que la por entonces república de los Países Bajos (hoy es una monarquía) pasa a ser un territorio donde los individuos despliegan todo su ingenio, lo que se reflejará en el arte y en las ciencias.

Ajenos a la centralización administrativa y al dirigismo gubernamental, esta nación conformada por unas cincuenta repúblicas diferentes entre sí (Montesquieu dixit) se caracterizó por el alto grado de autonomía de sus provincias y ciudades y por ser un directo reflejo de su principal actividad: el comercio.

Lo que en la actualidad es tenido como un elemento altamente disociador, para hombres como el citado Montesquieu la cualidad de convertirlo todo en mercancía —que es lo que practicaban los neerlandeses— no impide el surgimiento de cierto sentido de justicia estricta. Por el contrario —como dice en El espíritu de las leyes—, será la privación del comercio lo que produzca el pillaje.

Cuando Adam Smith recuerde en 1776 que los antiguos ingleses eran ociosos, disolutos y pobres, dirá que ello ocurría porque la industria escaseaba. Pero cuando la misma abundó, se hicieron laboriosos, sobrios y activos como los holandeses. Como agudo espectador, comparará la sincera vitalidad de las ciudades centradas en los negocios frente al impostado dinamismo de las ciudades capitales.

Así pues, hubo un tiempo en el que no se negó la correlación entre el éxito económico con la moral personal y pública. Como precisan Prak y Van Zanden, la generación de Smith no tuvo dudas ni encontró el tipo de paradoja que Eric Hobsbawm, Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein encontraron.

Estos últimos intelectuales de izquierda no sólo asumieron que la desigualdad condiciona (para mal) la calidad del sistema político y alienta la corrupción, sino que también erosiona valores. ¿Cuáles? ¿Los que forjaron generaciones de neerlandeses con bajos salarios, precariedad social y tugurización? ¿O ellos surgieron sin dolor ni esfuerzo?

(Publicado en Contrapoder, suplemento dominical del diario Expreso, Lima, 19 de febrero de 2023, p. 8)

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