Basándose en la palabra griega que refiere a la desmesura de los soberbios, el psiquiatra Jonathan Davidson y el neurólogo David Owen emplearon el término “síndrome de hybris” en su investigación sobre los desórdenes de personalidad que el ejercicio del poder pudo haber causado a diversos presidentes estadounidenses y primeros ministros ingleses a lo largo un siglo.

En el referido estudio publicado en la revista Brain en el 2009, nos hablan de un trastorno que no está presente al momento de asumirse funciones públicas. Por ende, se adquiere. Aunque el trabajo se centra en jefes de estado, su enfoque se extiende a todo líder en las diferentes actividades humanas.

Partiendo de la premisa de que la historia de la locura es la historia del poder, la línea que motiva la tesis de Davidson y Owen es palmaria: los líderes dentro de los sistemas democráticos suelen ser víctimas del poder.

Si a mediados del siglo XIX John Stuart Mill y Alexis de Tocqueville coincidían en los peligros concomitantes a las democracias populares (siempre propensas a la adicción al asistencialismo gubernamental), Davidson y Owen ven los efectos clínicos de quienes son elevados a las más altas magistraturas por elección del demos. Basándose en Ian Kershaw, precisarán que por ese factor la arrogancia de Stalin era menor a la de Hitler. Como sabemos, el líder nazi llegó al poder vía elecciones. En cambio el soviético (como Mussolini, Mao, Jruschov y Saddam Hussein) arrastró sus viejas patologías a su dictadura.

Remarcando que el trastorno acontece al desempeñar el cargo público, toman como muestra (una de tantas) a Margaret Thatcher. En 1988 ella manifestó algunos de los síntomas característicos del síndrome: excesivo optimismo, autoglorificación, mesianismo, concebir que sólo Dios y la historia son los que juzgan a personas de su rango.

¿Entonces cuál será la vacuna pertinente? Hasta fines del siglo XIX el remedio lo tenían las constituciones que limitaban el poder del gobernante, pero justo desde hace un siglo (el mismo espacio de tiempo que utilizan Davison y Owen) las constituciones pasaron a alentar el mal que antes curaban.

(Publicado en Contrapoder, suplemento de Expreso, Lima, domingo 23 de febrero, 2020, p. 8)

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