En un folleto satírico publicado en Londres a inicios de 1660, el periodista a sueldo Marchamont Nedham se despidió de su público —conformado básicamente por republicanos radicales y regicidas— de la siguiente forma: dado que por ahora la escena se ha alterado —se refiere al fin de la efímera república inglesa y la consiguiente restauración monárquica—, debo de ir a cambiarme de hábito; y si alguna vez los tiempos cambian, me encontrarán tan fiel como antes.

Célebre por “venderse al mejor postor”, ¿realmente a qué le fue fiel Nedham? Sus enemigos tanto como algunos amigos pudieron decir que a nada, pero su amistad con el gran poeta John Milton no fue casual: ambos compartían una ferviente devoción por la república. Aunque en el caso de Nedham, apostó por una república centrada en el interés económico. Y ello porque —en sus palabras— el interés nunca miente.

Punto a resaltar: su predilección por repúblicas comerciales como Venecia y su apuesta por una sociedad conformada por individuos libres (propietarios de sí mismos, de sus bienes y destinos) lo colocaron en el umbral de la modernidad. Voraz lector de autores griegos y latinos de la Antigüedad clásica y de la propia tradición gótica de su país y de autores como Maquiavelo, ofreció a su auditorio un discurso contrario a los privilegios desde el poder.

Claramente, fue un actor político con su sola opinión. Toda una novedad por entonces. Son los años en los que Inglaterra sufre un doloroso cambio de piel, sacudiéndose del orden estamental hasta ese momento imperante. Producto de una mayor movilidad social en todos los campos, la industria de libros, panfletos, revistas y periódicos convierten a este culto, hábil y controvertido polemista en un personaje sin igual. Inmerso en una atmósfera nacional atiborrada de discursos y programas de todo tipo, Nedham resaltará con facilidad en la lucha ideológica.

Sus artículos y editoriales —sea como defensor del rey o como contrario al mismo; o como defensor de Cromwell o como contrario a él— jamás abandonaron su apego por el principio de que el pueblo se autogobierne. Por ello no será casualidad que en plena dictadura cromwelliana soslaye a quien le servía para hacerle recordar que la auténtica fuente del poder siempre es la gente. Como para el escolástico español Francisco Suárez (muy conocido en Inglaterra), para Nedham ella también es la que al fin y al cabo sostiene al gobierno.

Tal es como este “mercenario de las letras” capitaneó —desde la prensa— una especie de “populismo liberal” donde el principal ofrecimiento fue darles a los individuos capacidad de decisión a su cuenta y riesgo. Según la regla de oro que exhibía en cada una de sus publicaciones, para él el pueblo es el mejor guardián de su libertad.

Reconvertido en monárquico al final de sus días (obviamente por dinero), Nedham estuvo lejos de ser un ejemplo de virtudes. No obstante ello, es imposible no evocarlo cuando de los orígenes de la prensa moderna se trate. ¿O alguien piensa que ese es un oficio de querubines?

Roto el consenso social de la premodernidad, el pluralismo de la estrenada modernidad activó un alto nivel de circulación de nuevas ideas.  De elevadas intenciones o de baja estofa, éstas correrán por las rotativas como las mercancías en el mercado.

(Versión ampliada del artículo publicado en Contrapoder, suplemente dominical del diario Expreso, Lima, 05 de marzo de 2023, p. 8)

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