¿Es Castillo parte de la urgencia por nuevos actores políticos?

Es parte de un accidente electoral que lo terminó colocando como una “esperanza de cambio” bastante forzado. Que la mayoría de la gente pide cambios es tan cierto como que no hay nada parecido a algún cambio en positivo si el que dice representarlo proviene del oportunismo y de sectores neosenderistas. Pero la exigencia por nuevos rostros en política sigue presente, y lo seguirá estando por mucho tiempo.

¿Se puede seguir apostando por el caudillo?

El caudillo ha muerto. Nunca fueron la solución, pero es verdad que en un grueso sector del público existe una tremenda fascinación por este tipo de personaje especializado por tomar el poder de forma espectacular y luego ser un desastre como gobernante. Pero más allá de esos desesperados deseos, el caudillo no encaja con un país que ha cambiado a partir de las reformas de los noventas, dando vida a un estado que ahora demanda profesionales que realmente conozcan de los temas para los que los convocan. Este solo hecho nos habla de un país diferente. Si hasta con el primer Alan García el voluntarismo podía suplir al conocimiento, hoy en día eso no va más.

 Con Castillo se abrió un frente hasta ahora sólo latente: el factor étnico. ¿Se puede abrazar el progreso en base a ese factor que nos enrostra que aquí tuvimos “república de indios” y “república de españoles”?

En su poca cosa, Castillo activó el tema racial en un país con una enorme carga racista a todo nivel. Ofrecerse como una víctima de los “blancos limeños” es parte de ese juego perverso que nos ha vuelto a regalar reivindicaciones étnicas que algunos intelectuales quieren presentar como partes de la solución. Con ello abiertamente se plantea una regresión. Guaman Poma se quejaba que los indios y los españoles se mezclaban, reclamando que cada uno viva en su república sin mayor contacto entre sí. Al parecer, muchos ven con nostalgia ese tipo de divisiones.

¿Por qué nunca no tuvimos un liberalismo fuerte, capaz de ser mirado como una alternativa?

En general América Latina fue ajena a un liberalismo fuerte, dogmático, celoso en sus reivindicaciones por individuos en pleno ejercicio de derechos y patrimonios. El liberalismo que se conoció por aquí fue el que Hayek calificó de falso, que anulaba la libre iniciativa de las personas, centralizaba el poder y las economías. Como precisó Armando de la Torre, tuvimos en la región mucho del colectivismo de Rousseau y poco del individualismo de Locke. Esa carencia nos pasa factura. Cuando Argentina tuvo una importante apuesta por ese “liberalismo fuerte” conoce su mejor momento. Pero lamentablemente fue una apuesta desde el poder, no desde la sociedad misma. Como en Chile después, ahí el liberalismo entró como una política pública antes que como una exigencia social. Y si Perú está muy por debajo de esas aproximaciones, es entendible que esa ausencia sea mayor.

¿Aún es válida la división entre “izquierdas y “derechas”?

Siguiendo a Ortega y Gasset, son las dos formas que el ser humano tiene para ser imbécil. Es anacrónico. Lo que interesa es el buen gobierno. Curiosamente los modernos se jactan de ser de “izquierdas o “derechas” y la reivindicación por el “buen gobierno” es medieval. Pero ojo: de una urbanidad medieval. Lo mejor de ese mundo son las ciudades, no los reinos, que vivían en la superstición y la oscuridad. Y el estado moderno surge de esos reinos de superstición y oscuridad.

En los noventa se decía que los jóvenes huían de la política, sin embargo, ahora estamos ante una ausencia de referentes políticos. ¿Realmente se puede hablar de cambio generacional bajo este panorama?

Los cambios generacionales se deben más a situaciones físicas que a humanas intenciones. Esa ausencia de referentes y el vacío que ello genera no se reemplaza en el corto plazo. Tomará su tiempo. Ahora, que sean jóvenes o no irrelevante. El joven García de 1985 lo demostró, llevándonos a los años treinta justo en el momento cuando el mundo comenzaba a apostar por la globalización de los mercados y las economías libres. Afortunadamente García fue un demócrata, sino las cosas hubieran sido peores a las que fueron.

¿Murió la política tal como la conocemos?

Espero que sí. Este largo periodo democrático ha ayudado a esa posibilidad. La visión de la política ligada a la toma del poder ha desnaturalizado la esencia de la política. Los griegos la crean para limitar al poder, para evitar tiranos, para deliberar y salvaguardar un régimen de ciudadanos iguales entre sí y ante la ley. Espero que se vuelva al legado político de los griegos y no a su deformación.

¿La relación entre intelectuales y política fue una ilusión o aún es válida?

Cada intelectual que ha entrado a las fauces del Leviatán pensando domarlo ha terminado devorado. Un intelectual en política es un intelectual menos. Se convierte en poca cosa.

¿Podemos ser optimistas?

Tenemos material para serlos. A diferencia de otros momentos de nuestra historia, ya no tenemos que mirar más allá de nuestras fronteras para buscar lecciones de cómo mejorar en la vida. Sólo hay que mirar nuestra propia historia reciente y recuperar el rumbo.

¿Qué libro le recomiendas a un joven que pretenda involucrarse en política?

No suelo recomendar lecturas. Si es un joven lector ello es de agradecer porque ello nos habla de alguien que busca conocimiento. Por lo mismo, más que un libro lo importante son los temas. Y en ese punto los libros de historia moderna son luminosos respecto a lo que un joven con intereses político debe de saber. No se puede ser un buen ciudadano ni un buen gobernante sin saber de historia.

(Entrevista de Harold Alva, en el suplemento Contrapoder, del diario Expreso, Lima, 16 de abril de 2023, pp. 4-5)

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