Como en la película Tar de Todd Field (2022), la ofensa que desencadenó la gran legión de ofendidos imaginarios que recorre el mundo no comenzó en el momento en el que la presunta ofensa se dio. Ella es mucho más antigua. Propiamente es una peste surgida entre las más finas sensibilidades humanas del orbe. Empero, con serias repercusiones en élites intelectuales no tan finas.

Tres décadas atrás Harold Bloom denunció esta arremetida. En sus términos, la tuvo como una hechura neohistoricista. Ficciones platónicas (“pajillas mentales” se diría en el barrio) que pregonan la sociedad que “habrá de venir” por puro rechazo a lo existente. Y ello por idealistas que no soportan la realidad. Si algunos odian la aspereza de la vida, los sexualizados silbidos y las auditivas cochinadas, no faltarán los que se ponga mal por el solo hecho de tener que respirar. ¿Por eso de la necesidad de una “armonía social” que brote de sus complejos, ocurrencias y traumas?

Ese es el perfil del alumno de música que detesta a Bach porque —desde su perspectiva de “no caucásico y pangénero”— lo considera un misógino por haber engendrado veinte hijos. Si en el citado film la ficcionada Lydia Tar busca entrar en razón al muchacho para que se sacuda de la postura anacrónica de condenar con los valores del siglo XXI a un ser del XVIII, en la vida real el director Field confesó a Vanity Fair que dicha escena se inspiró en una experiencia personal que tuvo en la escuela de cine.

¿De qué trata este virus? ¿Es lo que en su día Carlos V vio en su nieto también llamado Carlos? El emperador quedó espantado porque el mozalbete no aceptaba que es mejor huir de la batalla a caer prisionero de los enemigos, recibiendo el sonsonete de yo no hubiera huido, yo no hubiera huido... Mas ahora esa impráctica cerrazón seudodigna moldea a legiones de personas con lo más altos estándares educativos. Lo único diferente será que mientras el príncipe Habsburgo estuvo sobrecargado de enfermedades congénitas, los actuales ejércitos de indignados por el solo vuelo de una mosca enrostran una todopoderosa vitalidad.

¿He aquí el resultado de una universidad masificada que ha producido tiránicos mandarines “no comprendidos” en cantidades industriales? ¿Es esta la otra cara de la Ilustración, la que ha sobredimensionado el poder del gobierno fraguando libertades que más dependen del presupuesto público que de sí mismas?

Hasta antes de la hegemonía igualitarista lo único que esas libertades reclamaban del estado era que las garantice, reconociendo su preexistencia. Pero como los liberales del siglo XIX vislumbraron, las demandas democratizadoras y paritarias las han desbravado. Hoy por hoy ellas no se entienden sin su manual de instrucciones.

Esa es la institucionalidad que sirve a sus anchas al vigente moralismo. Por su intervención el narcisismo de las pequeñas diferencias que acusa Tar se hace fuerte. La imperante ultrasensibilidad de los Narcisos ofendidos no solo anula a creativos, cancela genios y deja sin empleo a los que los retan. No se limita a estas castraciones, sino que a la par que mata (sea empujando al suicidio o enfermando) condiciona a la legislación a inmiscuirse en asuntos hasta hace poco absorbidos y resueltos por la llana convivencia social.

La facilidad con la que un mero rumor engrilleta al que más —en especial a aquellos que han logrado encumbramiento profesional, lo que de plano los convierte en potenciales abusadores— nos hace volver a lo tribal. Un escenario de hordas expertas en linchar ya no sólo a lo diferente, sino también al que no quiere serlo.

(Publicado en el diario Expreso, Lima, domingo 14 de mayo de 2023, p. 25)

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